Figura puntera del género

Carminho trae su "fado liberador" a Barcelona

La cantante lisboeta abre el Festival de Fado de Barcelona con su versión del género esencial pero abierta a innovaciones, plasmada en el álbum ‘Maria’, en el que incorpora el ‘pedal steel’, instrumento propio del country

Carminho.

Carminho.

Jordi Bianciotto

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El impulso que el fado ha experimentado entrado el siglo XXI tiene en Carminho a un alto exponente, fiel a los rigores del género sin cerrarse a la innovación, y capaz, por ejemplo, de introducir un instrumento tan ajeno a su historia como es el ‘pedal steel’, propio de la música norteamericana ‘roots’, en el canónico formato de guitarra, guitarra portuguesa y bajo acústico. “No tengo la pretensión de transformar el fado, porque es una música que evoluciona por sí misma y que no me limita, sino que me libera y me da armas para expresarme”, explica Maria do Carmo de Carvalho Rebelo de Andrade, Carminho, que este miércoles actúa en la sala Barts, abriendo la 11ª edición del Festival de Fado de Barcelona.

Una muestra que mantiene posiciones pese a la pandemia y que este año ofrece el concierto de otra voz destacada, Fábia Rebordão (jueves), así como sendas actividades gratuitas, la proyección de ‘Lisbon story’, de Wim Wenders, y la conferencia ‘Lisboa, bressol del fado’, a cargo de Tiego Torres de Silva, ambas este miércoles en la Biblioteca Esquerra de l’Eixample Agustí Centelles. Todo ello, en honor a una música que para Carminho sigue representando “una manera de vivir”, asociada a “la escucha atenta de los cantantes en las casas de fados, a la noche y a la bohemia”, apunta, si bien matiza que, ahora, para ella, “la vida nocturna resulta menos compatible si eres madre y tienes trabajo duro y responsabilidades”.

Conversaciones adultas

Ella respiró el fado muy pronto, cuando “con dos, tres y cuatro años” se veía imbuida del ambiente de los mayores en la lisboeta Taverna do Embuçado, que regentaba su madre, la cantante Teresa Siqueira, su primer referente. “No era normal que una niña tan pequeña fuera a una casa de fados por la noche, y ahí pude experimentar las miradas y las respiraciones de los fadistas, y escuchar las conversaciones adultas”, recuerda, en alusión a un pasado que evocó y filtró en su último disco, ‘Maria’ (2018). Ve este álbum como un ejercicio de “regresión psicológica, de diván”, hacia “lugares emocionales” de los que no era consciente. “De cuando escuchaba fados en pijama con mis padres”. Grabaciones de Amália Rodrigues, Alfredo Marceneiro y Beatriz da Conceição, sus grandes referentes. “Pero hay muchos más: Celeste Rodrigues, la hermana de Amália, y Fernando Farinha, Maria Jose da Guia, Fernanda Maria, Fernanda Baptista, Fernando Mauricio, Camané… Todos fueron cruciales, y escuchándolos fui aprendiendo”.

El fado es “el tutor” que la ayuda a afrontar otros géneros, reflexiona, como la bossa nova, a la que se acercó en ‘Carminho canta Tom Jobim’ (2016), un disco en el que compartió canciones con Chico Buarque, Maria Bethânia y Marisa Monte. Las interpretó con su acento portugués, sin forzar la fonética brasileña, “respetando el legado de Jobim” de la mano de cómplices como los excolaboradores del compositor Jaques Morelembaum y Paulo Braga, y su hijo y su nieto, Paulo y Daniel Jobim. De la química con Monte salieron dos canciones que fueron a parar al último disco de Tribalistas.

Aura distante

Carminho ha estado siempre abierta a con artistas de otras estéticas musicales, desde Pablo Alborán, con quien compartió ‘Perdóname’ hace una década, al grupo portugués de soul y funk HMB. Pero su centro de gravedad está en el fado, al que volverá de lleno en su próximo álbum, que espera lanzar en 2022. Un género este portador de “sentimientos profundos y de tristeza desde una actitud un poco solitaria”, estima. Esa música puede desprender un aura distante, un misterio que no hay que tratar de desentrañar, porque “refleja el viaje interior de cada uno, cuando cantas a la vida sin querer revelarlo todo”.

Así ha alcanzado ella un estatus de estrella pop, y eso que, cuando era adolescente, se sentía “poco ‘cool’” porque el fado estaba alejado de las modas del momento. Pero la crisis de 2008 “llevó a mucha gente en Portugal a reflexionar sobre su identidad y a pensar con qué armas podía competir en el orden mundial”. De ahí salió, apunta, un renovado apego por la cultura tradicional que ha ido a su favor, y que se expresa tanto “en la elaboración de pasteles de nata y de bordados” como en el arte fadista, “que la gente joven asume con orgullo”.

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