Hotel Cadogan
Mamá está enterrada en el jardín
Perla Ediciones recupera la fascinante y oscura ‘La casa de nuestra madre’, de Julian Gloag
La primera novela de McEwan parte del mismo detonante narrativo

Dirk Bogarde en ’A las nueve cada noche’ (1967) /
En los últimos días del verano, mecidas en la brisa, las hortensias se pavonean de su azul intensísimo, espoleado el color por los clavos de hierro que nuestro jardinero les entremete en las raíces; a las de tonos rosados, en cambio, les sube el rubor añadiendo pimentón al agua de riego. Trucos del Viejo Yerbas, convencido también de que a los lirios les encant achupar cal…Y de tan lozanos como lucen en el jardín del hotel, no nos extrañaría en absoluto la presencia de uno o varios cadáveres nutricios en el subsuelo, sus huesitos mondos y fosforescentes mezclados en las honduras con la turba húmeda. Cada planta busca su alimento en lo oscuro, como nosotros, los moradores del Cadogan.
Este pensamiento morboso floreció tras lectura de una novela tan veterana como estupenda —no todo van a ser novedades, caramba—titulada ‘La casa de nuestra madre’ (‘Our mother’s house’, 1963), de Julian Gloag, publicada hace poco por Perla Ediciones, nacida en México en el año del covid con la intención de especializarse en literatura fantástica, horror sobrenatural y esas atmósferas irresistibles que erizan el espinazo. La historia arranca en un suburbio londinense, en un destartalado caserón victoriano, donde siete hermanos, entre los 13 y los 4 años, cuidan de su mamá enferma hasta que exhala el último suspiro. Aterrados por la posibilidad de acabar en un orfanato de resabios dickensianos —sermón, látigo, gachas de avena—, los niños deciden sepultarla en el jardín y seguir la vida como si nada, fingiendo ante los vecinos y en la escuela, hasta que un buen día aparece el padre. En el cine bordó el papel Dirk Bogarde, en la película homónima de Jack Clayton, que en España se tituló ‘A las nueve cada noche’ (ojo, está en Filmin). Es a esa hora cuando los niños invocan el espíritu de la madre, una fundamentalista religiosa, quien les indica qué deben hacer o deshacer.
Algunos años después, en 1978, Ian McEwan publicó su primera novela con idéntico detonante, si bien, en este caso, el cadáver de mamá acaba metido en un cofre, cubierto de hormigón. Se armó un tremendo revuelo mediático cuando Gloag lo acusó de plagio, y aunque McEwan lo negó siempre, tampoco nos importa demasiado, pues su novela es igualmente buena. ¿Leyó la de su colega y absorbió la trama sin darse cuenta? ¿O no la tocó jamás? Eso permanecerá por siempre jamás enterrado en su ‘Jardín de cemento’.
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