Crítica de música
Omara Portuondo, perfume de leyenda en el Grec
La cantante evocó con elegancia toda una era de la música cubana en un concierto con visos de homenaje apuntalado en el piano de Roberto Fonseca y con las voces invitadas de Martirio, Andrea Motis y Rozalén
Jordi Bianciotto
Periodista
Tuvo que suspender su actuación el año pasado en el mismo Grec, pero esta vez nada ni nadie pudo privar a Omara Portuondo de su concierto con visos de homenaje en Barcelona, noche de ofrenda con sabor a despedida, aunque con estas cosas nunca se sabe. La venerable ‘novia del filin’ volvió a Montjuïc con los clásicos cubanos de una era y un sello vocal que conserva toda su distinción a los 90, bien arropada, guiada incluso, por Roberto Fonseca en las labores pianísticas.
Fue un concierto que rindió cuenta a viejos y aromáticos rituales, empezando por esa primera escena en que Fonseca la presentó, una vez más, como “la más sexy, la más bella, la inigualable…”, cogiéndola luego del brazo para acompañarla al sillón de mimbre a lo ‘Emmanuelle’ en el que se acomodó durante toda la sesión. Pulsiones afrolatinas para empezar, con un ‘Drume negrita’ en el que alzó el vuelo toda la gramática latín-jazz espoleada por el pianista y su trío de contrabajo, batería y percusiones.
Tremenda coqueta
Ese formato escoró la sonoridad hacia el jazz un poco más allá de lo que sería natural en un recital de Omara Portuondo, si bien puso un suelo seguro sobre el que ella pudo lucir su timbre de voz con comodidad, diciendo con propiedad esas letras tan vividas y expresando el sentimiento justo. Y el visible compadreo con Fonseca nos deparó momentos simpáticos, como cuando ella le miraba de reojo a propósito del clásico ‘Veinte años’, de María Teresa Vera (“¿qué te importa que te ame / si tú no me quieres ya?”), o al reprocharle graciosamente su retirada caballeresca en ‘La última noche’, de Bobby Collazo. La “señorita Portuondo” sigue siendo tremenda coqueta, y que no falte el buen humor.
Pero tuvo que dosificarse, de modo que su interpretación se limitó a diez canciones. Tras el interludio de Fonseca a lomos de la exuberante ‘Aggua’, con esa latinidad fogosa tan asociada a su impronta en el teclado,reapareció la estrella para compartir su canto con las tres invitadas. Andrea Motis, infiltrando sus modos ‘cool jazz’ a ‘Lágrimas negras’; Rozalén (acompañada de su fiel Beatriz Romero, traductora al lenguaje de signos), ajustada a los pliegues folclóricos de ‘La sitiera’, y entre ambas, una Martirio con la que tocamos el cielo: embrujador ‘Silencio’, con ambas voces enredándose a placer sobre la cadencia del bolero. La noche se estiró hasta un ‘Bésame mucho’ que, a la petición retórica de Omara (“¿se la saben?”), el público hizo suya a modo coral, gesto último de homenaje sentido, con vistas a la leyenda.
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