Opinión | Crítica de teatro
Periodista.
Manuel Pérez i Muñoz
Periodista.
Juana Dolores, marxismo trap
El Antic Teatre ofrece el primer espectáculo de una 'performer' y poeta que se ha posicionado con un solo golpe escénico como un valor a tener en cuenta para el futuro
Un fantasma recorre el panorama alternativo, el fantasma de Juana Dolores Romero. Algunas fuerzas de la vieja crítica se han unido en coordinada cruzada para comentar su debut escénico. Nacida en el icónico 1992, su desafiante torrente creativo bombea sangre roja de extrarradio, mestiza de simbolismo de transfusión andaluza. Sus técnicas se injertan en las ramas fértiles de la creación heterodoxa y su transgresora presencia escénica se abona con el siempre vigente 'épater la bourgeoisie'.
Entre título y 'hashtag', '# JUANA DOLORES # * massa diva per a un moviment assembleari *' muestra un compendio de acciones escénicas que buscan la belleza, pero que dejan un reguero humeante de reflexión política. Abre fuego un vídeo de la filósofa alemana Hannah Arendt donde diserta esencialista sobre la lengua materna. Originaria de El Prat del Llobregat, Juana Dolores ganó hace casi un año el premio Amadeu Oller con su poemario en catalán 'Bijuteria'. No obstante, es el castellano el idioma de los textos que acompañan a algunas de las performances que en yuxtaposición dan cuerpo y mirada desafiante al espectáculo. La impúdica desnudez que nos muestra en escena juega al espejo genital con 'El origen del mundo' de Courbet, y luego a su reverso fálico, 'El origen de la guerra' de Orlan. Objetos repartidos por el escenario marcan el tempo a un discurso rizomático que por momentos aqueja un ritmo abrupto.
Se abre cada capítulo con referencias al marxismo. “Perdonamos a Stalin” como metáfora, oímos en uno de los fragmentos que se repiten como estribillos. Los 'playbacks' de Antonio Molina y Rocío Jurado conectan con citas de Pasolini, reflexión materialista sobre la convivencia de lenguas en Catalunya. Pintura roja y amarilla sobre una silla de bar para transformarla en una pringosa bandera. Machihembrado simbólico en el que el cuerpo femenino se construye como un puzle frankensteiniano de estrellas de la cultura de masas, con Marilyn Monroe como centro de gravedad. Y no podía faltar el oro que viste su cuello, como en la arribista letra de una canción de trap. “No hay escaparates para el desarraigo”, repite furiosa.
Por más que la comparación sea obvia, la ritualización de los objetos y el tono iracundo nos conectan con el teatro de Angélica Liddell, también en sus apelaciones a la divinidad y al deseo artístico de ser amada. Pero el discurso de Juana Dolores se hace fuerte y personal en esa oposición entre la pulsión del individuo y la cultura dominante como agente colonizador, mental e incluso sexual. Entradas agotadas, pero a mediados de abril más funciones en el Antic Teatre.
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