Los discos de la semana
Crítica de 'Chemtrails over the country club’, de Lana del Rey: la melancolía como trinchera
La cantante ahonda en su perfil más intimista, combinando el piano y la guitarra acústica, y versionando a Joni Mitchell
Los nuevos álbumes de Cool Ghouls, Califato 3/4, Giulia Valle, y Valerie June, también reseñados
Jordi Bianciotto
Periodista
Jordi Bianciotto / Rafael Tapounet / Roger Roca / Ignasi Fortuny
Hace casi diez años que ‘Video games’ introdujo a Lana del Rey en la arena pop a través de una intrigante languidez apta para el largo recorrido: la neoyorkina dio pronto esquinazo al síndrome ‘one hit wonder’ desplegando un imaginario sensual y ensoñador que le valió nuevas cotas de reconocimiento en álbumes como ‘Norman fucking Rockwell!’ (2019). Es en la órbita de esta última obra, pausada y envolvente, donde se sitúa ‘Chemtrails over the country club’, con sus escenas de surrealismo mágico, sus historias de amor convulsas y sus suspiros por los tiempos en que ella no era una celebridad y veía la vida pasar.
Es su séptimo trabajo, y lleva si cabe un poco más lejos el interiorismo del sexto ahondando en los tejidos acústicos y coincidiendo así con el giro (o paréntesis) de la última Taylor Swift. Discos para periodos de entretiempo, sin ‘tours’ a la vista y propensos al recogimiento, si bien es justo decir que Lana dio el paso primero, antes de la pandemia, y que hay un hilo que cose sus álbumes sin brusquedades formales.
El vapor de las estelas
Enmarcando el repertorio, una mirada hacia la sencillez vital de otros tiempos, perceptible desde la portada, donde la cantante posa con sus amigas en una imagen en blanco y negro con regusto ‘retro’. Ahí está la canción de apertura, ‘White dress’, donde se recuerda a sí misma escuchando los éxitos rock que acompañaron su primera juventud (Kings of Leon, The White Stripes) sin los pesos que presumiblemente soporta en la actualidad (“me sentía libre porque solo tenía 19 años”). Canción asentada en el piano, que canta con las inflexiones de la Kate Bush de ‘This woman’s work’, emparejada con la que da título álbum, portadora de imágenes contrastadas: la estancia con su hermana y sus amigas en el club de campo bajo las estelas de los aviones, símbolo de la amenaza a su mundo idílico.
Aunque ‘Tulsa Jesus freak’ la desvía hacia territorios más electrónicos, el disco avanza envolviéndote en su nube de pausados arpegios de piano, si bien, poco a poco, van ganando centralidad las guitarras acústicas. Ahí está el sustancioso vals en miniatura ‘Wild at heart’, la honda y abiertamente folk ‘Yosemite’, y la sentida cita con la amazona country Nikki Lane, coautora y corista en ‘Breaking up slowly’.
Ella canta modulando cierto desgarro a lo Hope Sandoval, estirando perezosamente las sílabas o buscando la calidez a la manera de ciertas grandes damas del folk, como en ‘Dance til we die’, donde menciona, entre otras, a una Joni Mitchell de quien redobla el tributo en el ‘cover’ final de ‘For free’, acompañada por Zella Day y Weyes Blood. Pero, aunque exhiba su admiración por la alta trovadora canadiense, Lana del Rey no imita a nadie en este álbum; tan solo parece dejarse inspirar para ser ella misma con la mayor determinación.
Otros discos de la semana
El cuarteto de San Francisco se ha tomado su tiempo para escribir el cuarto capítulo de su carrera (el quinto, si se considera el minielepé ‘Gord’s Horse’), pero ‘At George’s Zoo’ justifica la espera. Los Ghouls exhiben con orgullo su inequívoca filiación sesentera (aquí hay folk-rock tintineante, garaje, ‘sunshine pop’, rock ácido y hasta canción de autor) pero se las apañan para convertir esa oda al pasado en una majestuosa (y muy contemporánea) declaración de amor al poder redentor de las buenas canciones. - Rafael Tapounet
¿Qué bendita locura es esta? La pregunta sigue en la cabeza de uno a pesar de ser el segundo disco del quinteto andaluz. El mejunje de Califato 3/4 sigue siendo delicioso: rave, rap, electrónica, rumba, flamenco. En esta ocasión, en la genuina y vanguardista mezcla de la tradición más pura unida con la modernidad, hay un mayor protagonismo de la voz, de las letras, ingeniosas y con precisas dosis de guasa. Quizá la electrónica haya perdido presencia pero siguen dando con la tecla justa en cada momento. - Ignasi Fortuny
La contrabajista Giulia Valle, al frente de un sexteto, moldea a su manera el repertorio del cantautor Carlos Cano en un intenso directo grabado en el Festival Barnasants. Juega con los compases y lleva las estructuras originales a nuevos lugares, a menudo más duros y oscuros, sin que las canciones, conducidas por la voz de Rusó Sala, dejen nunca de ser canciones. Y aunque en cada pieza busca un juego distinto, una idea lo une todo: para Valle, las canciones de Carlos Cano son denuncia y lucha. - Roger Roca
El arrollador ‘crescendo’ de ‘Stay’ es solo la proa de una obra intensa, donde la cantautora de Memphis trasciende cánones y se deja alcanzar por la ciencia moderna con el productor Jack Splash (Solange, Alicia Keys). Manda su sentido fuelle vocal y su don para saltar de un soul que mueve montañas al poderío ‘bluesy’, con exuberancia y fondo espiritual. Y hay que prestar atención a Carla Thomas cuando cita el proverbio africano: “solo un tonto tantea la profundidad del agua con ambos pies”. - Jordi Bianciotto
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