LO QUE NO SABÍAS DE...

Las divertidas anécdotas de la segunda temporada de 'Justo antes de Cristo'

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Eduardo de Vicente

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Acaba de estrenarse en Movistar+ la segunda temporada de la serie cómica Justo antes de Cristo, seis nuevos capítulos ambientados en un campamento romano al que había llegado Manio Sempronio, un patricio que ha sido condenado a muerte pero, como no se atreve a matarse con cicuta, es enviado a Tracia donde se vive una tensa situación entre los soldados y los habitantes. En esta nueva entrega de capítulos, los romanos siguen en lucha con los tracios y Manio intentará matar a su líder para acabar la guerra, conocerá a un augur (adivino) que predice hechos del siglo XX, descubrirá secretos de sus orígenes familiares y conocerá a ¿su doble?

Julián López (Muchachada Nui, La hora chanante, Fe de etarras) es el protagonista acompañado por Xose Touriñán (Fariña), que da vida a su inseparable esclavo, su fiel ayudante Antonino (Eduardo Antuña) y Cecilia Freire (Velvet, La otra mirada), la hija del general que es la que, en realidad, traza las estrategias del ejército frente a la indecisión de su padre. 

Este proyecto ha sido ideado por la pareja artística formada por Pepón Montero (director de los tres últimos capítulos) y Juan Maidagán, los artífices de la serie Camera Café  y la comedia amarga Los del túnel pero también ha participado otro experto en la comedia, Nacho Vigalondo (Los cronocrímenes, Extraterrestre), así que a nadie debe extrañarle que incluya algunos elementos fantásticos. Además, hay un elemento que curiosamente coincide con la actualidad. Se trata de “la cosa”, un extraño virus que va acabando con los tracios muy parecido al coronavirus aunque, como es de imaginar, es pura casualidad. Sus creadores nos explican las curiosidades del rodaje de esta segunda y última temporada.

Nacho Vigalondo

-Exteriores en interiores. “Todo rodaje te aísla del mundo, pero recuerdo éste en concreto como unas vacaciones en otro tiempo y otro lugar. El plató, el más alucinante en el que he rodado jamás, recreaba un exterior en un interior, con su propio cielo y su propia hora del día. Un exterior que, a su vez, contenía otros interiores, las tiendas donde se desarrollan todas las intrigas y traiciones. Recuerdo la sensación irreal de rodar una escena larga dentro del Estado Mayor, salir al campamento, un falso exterior que recrea un mediodía, pero luego salir al exterior-exterior de Madrid, donde ya es de noche. Todo unido al hecho de rodar comedia histórica. Aquí me sentí la privilegiada pieza de un engranaje en otro planeta en el que un casting perfecto y unos diálogos de oro caían siempre de pie”.

-Entre virus anda el juego: “Mucho se habla, es inevitable, de la asombrosa sincronía entre el capítulo de “la cosa”, una gripe que desmonta las vidas de todos los personajes y la gira internacional de una pandemia que está confinándonos a todos, convirtiéndonos en audiencias cautivas. Me divierte mucho que esta serie esté más pegada a la actualidad que ninguna otra estrenada estos días en todo el planeta porque una de las exquisiteces del guion de Montero y Maidagán es la de, tirando de personajes universales, despreciar cualquier guiño al aquí y ahora. Creo que puede entenderse como alta comedia, aquella que podría haber funcionado hace cincuenta años y seguirá haciéndolo dentro de quinientos”.

Montero y Maidagán

-Más sobre el virus. “Igual teníamos que habernos fijado en detalles que ahora parecen augurios. Durante el rodaje, en el interior del plató, entre que el suelo era real y soltaba polvo, más el humo de los efectos espaciales, era normal ver a actores y técnicos protegidos con mascarillas. Y luego, en el doblaje, nos faltaban sonidos de catarro. En eso llegó Eduardo Antuña (Antonino) a doblar sus escenas con un trancazo… ¡Menos mal! Aprovechamos y le grabamos todo tipo de toses, flemas, esputos… Se emocionó tanto, es un actor intenso, que hubo que desinfectar el micrófono y el atril. Y no se desalojó el edificio porque esto fue hace un año.

-Un banquete envidiable. “En una secuencia del cuarto capítulo, tres actores tenían que comer como cerdos. El equipo de atrezzo preparó unos platos “a la romana” repletos de exquisiteces, muy apetecibles. Eran las diez de la mañana y aún no habíamos cortado para el bocadillo. Empezaron a comer y todo el equipo les miraba babeando. Después de veinte tomas y diferentes tiros de cámara, la escena ya no provocaba tanta envidia: los actores empachados, colorados, resoplando… Acabaron como verdaderos romanos, en el vomitorium”.

-Se creyeron los personajes… “Es curioso como los actores se meten tanto en el papel que replican las conductas y las relaciones de sus personajes. Era normal ver a los tribunos comiendo juntos, los esclavos del Estado Mayor por su lado, los del campamento por el suyo, el centurión Antonino cuidando de su anciano augur también en la vida real, guardándole el bocadillo…”

-El mejor recuerdo del rodaje. “Siempre hubo risas, todos los días. Arrancábamos con la lectura de la secuencia que íbamos a rodar y ese momento era una fiesta: conocer a los nuevos personajes, los comentarios, las carcajadas… Ahí aún parece que todo es posible, pero luego vienen los problemas del día, la falta de tiempo sobre todo, y haces lo que puedes. Lo curioso es que al día siguiente empiezas como si todo fuera posible otra vez. Eso creo que es lo que define este oficio”. 

-El himno de los tracios. “Tiene una letra ridícula como todos los himnos (“Oh Tracia querida, qué hermosa región, no hay dos como tú bajo el sol…”) y se grabó con un coro amateur de seis cantantes. En postproducción se multiplicó para que pareciera que la cantaban cien guerreros. Nos hizo tanta gracia, el equipo la solía tararear, que la metimos también en el último capítulo. La canta el campamento de cien mil tracios, milagros de la técnica, y suena como el You’ll never walk alone en Anfield”.

-El vestuario más deseado. “Entre los figurantes, como entre los niños cuando jugábamos a indios y vaqueros que todos queríamos ser vaqueros, todos querían ser romanos. Hasta que llegó noviembre y el rodaje en exteriores. Los romanos con sus túnicas finitas miraban con envidia a los tracios, forrados de pieles. Justicia divina”.

-La meteorología romana. “El día que rodamos el campamento tracio del último capítulo pasamos por todos los climas en un día: lluvia, solazo, nieve… Y un viento huracanado para terminar el día, justo cuando había que montar un chroma de treinta y tantos metros. Hizo efecto vela y casi se nos vuela algún eléctrico. Luego dirán que esto es fácil”. 

-El cameo. “Llamamos a Fernando Esteso para hacer de un cómico ya en sus horas bajas que personifica la fugacidad de la gloria. Hay que tener mucho sentido del humor para aceptar ese papel. En su último día de rodaje, 50 soldados le recibían al grito de “¡Ovidio, Ovidio…!”, su personaje. Es costumbre en el cine despedir a los actores cuando ruedan su último plano anunciándolo al equipo y todo el mundo aplaude el adiós. En este caso, aparte del aplauso, los cincuenta soldados-figurantes saludaron a Esteso al grito de “¡Fernando, Fernando…!”. Se fue feliz”. 

-El doble de Hitler. “Cuando tuvimos que elegir actor para interpretar al sosias de Hitler, estábamos preocupados. Tenía que ser buen actor y encima parecerse. Enseguida nos dimos cuenta de que era una preocupación absurda: cualquier tío con el pelo graso, pegado, y con un bigote pintado se parece. Ojalá lo hubiera sabido él en vida. Ser una caricatura andante te baja un poco los humos”.

-El nombre de la cerda. “Hubo que rodar unos planos con un cerdo. Nos trajeron uno bien majo que resultó ser cerda. La cuidadora dijo que se llamaba Aída. A una chica del equipo técnico le cambio la cara. Estaba embarazada y Aída era el nombre que había elegido para su futura hija. Aquella tarde, el tema de conversión fue Aída, “qué mona es Aída”, “qué gorda está Aída”, “cómo huele Aída”… A pesar de todo, la niña ha nacido y se llama Aída”.

-Un río peligroso. “Para llegar a una de las localizaciones, había que cruzar un riachuelo que apenas llevaba agua, pero que resbalaba mucho. Empezaron a producirse las típicas culadas de río, una detrás de otra: la maquilladora que iba a retocar, el foquista que iba a cambiar una lente… Al final, nadie quería cruzar el riachuelo. Se rodó aquello con un equipo mínimo, como las escenas de sexo. Uno piensa si el ser humano se ha vuelto más débil con el paso de los siglos. Si los legionarios de Julio César, a la hora de cruzar el Rubicón, después de 20 culadas, se lo hubieran pensado tanto...” 

-La lluvia y el casco. “Tras rodar el discurso del sacerdote tracio ante los dioses, el actor, Enrique Martínez, estaba ya cansado. Era de noche, hacía frío y había tenido que repetirlo no sé cuántas veces. Fue terminar y empezar a llover como si se hubieran enfadado los dioses. Corrió a refugiarse en la furgoneta, como si fuera un gremlin, como si el agua fuera a acabar con él. Total, que no se acordó que llevaba un casco con una enorme cornamenta y se estrelló contra el techo. La puerta del vehículo no se pudo cerrar en días y a él hubo que llevárselo a casa con un par de gelocatiles”.