NOVEDAD EDITORIAL
Las chicas 'raras' del canon anglosajón
El ensayo 'Proscritas' entreteje las complicidades y lastres de cinco novelistas clave, de Mary Shelley a Woolf
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Olga Merino
Cinco mujeres adelantadas a su tiempo, cinco novelistas canónicas del siglo XIX y principios del XX que desafiaron las normas adscritas a su género, cinco chicas ‘raras’. Un quinteto de luchadoras cuyos nexos en común desentierra Lyndall Gordon (Ciudad del Cabo, 1941), una de las biógrafas literarias más reputadas del mundo anglosajón, en el libro ‘Proscritas. Cinco escritoras que cambiaron el mundo’, recién publicado por Alba. Se trata de Virginia Woolf, quien reivindicó el mito de la habitación propia; George Eliot, arquitecta de la monumental ‘Middlemarch’; Emily Brontë (la mediana de la saga); Mary Shelley, que alumbró a Frankenstein en una noche terrorífica; y Olive Schreiner, poco leída fuera de las fronteras surafricanas pero por quien la autora siente un apego especial.
Durante una conversación telefónica desde Oxford, donde vive e investiga en el Saint Hilda’sCollege, Gordon asegura que, si bien la escritura ‘de facto’ le llevó unos cuatro años, ‘Proscritas’ (Alba) es uno de esos libros que lleva toda una vida culminar. No solo porque la autora ha investigado a fondo la materia —ha publicado biografías individuales de Woolf y Charlotte Brontë, además de otros numerosos estudios—, sino también porque la semilla empezó a germinar durante la niñez. “Mi madre era una lectora pasional, y nos leía en voz alta, a mi hermano y a mí, los fragmentos de infancia de novelas como ‘El molino del Floss’ (George Eliot) o ‘Jane Eyre’ (Charlote Brontë), con sus heroínas inteligentes, impetuosas y huérfanas”, explica la autora, descendiente de judíos del Este de Europa. De hecho, confiesa, barajaba otro título para el ensayo, extraído de la novela bronteana: ‘Speak, I must’ (“es que debo hablar”), frase célebre que pronuncia Jane Eyre cuando, harta de vejaciones en el orfanato, se decide al fin a alzar la voz.
No eran ángeles
Y eso fue lo que hicieron las cinco escritoras que centran el libro, encontrar su propia voz en un tiempo en que debían permanecer con la boca cosida y no salirse del patrón que las confinaba a la maternidad y las tareas domésticas, a ser el “ángel del hogar”. “Todavía sigue siendo muy pertinente que las mujeres hagan oír su propia voz, sobre todo las víctimas de la violencia doméstica”, afirma Gordon, quien recientemente viajó a Boston para participar en un congreso sobre los nuevos feminismos.
Las cinco novelistas rompieron moldes, y la rebeldía les acarreó la incomprensión de sus contemporáneos. Si se quedaban ‘solteronas’ y vestían anticuadas, las machacaban; si se fugaban con un amante, mucho más. George Eliot se sentía de niña “un error de la naturaleza”. La gente se daba codazos y disimulaba la risilla cuando veían a Virginia Woolf deambulando ensimismada. Por eso fueron proscritas, marginales, intrusas. Las señaladas.
Vidas paralelas
Si bien no se trata de un ensayo de tesis, Lyndall Gordonse las ingenia, mediante una mixtura de vida y obra bien urdida, para extraer sorprendentes coincidencias: todas se criaron sin madre, todas fueron hijas de hombres con educación (o sea, mujeres privilegiadas), todas tuvieron un muy temprano acercamiento a los libros, todasperdieron su respetabilidad. Ninguna llevó corsé ni crinolinas, las cinco se leyeron en cadena y volvieron la vista atrás hacia la filósofa Mary Wollstonecraft, madre de Mary Shelley —falleció en el parto— y autora de un pilar del feminismo moderno: ‘Vindicación de los derechos de la mujer’ (1792).
Cinco mujeres bravas, pero ¿con cuál de ellas le habría gustado tomar el té? “Aunque la admiro mucho, creo que Virginia Woolf me habría dado un poco de miedo, porque era muy ‘upperclass’ y un tanto pretenciosa”, razona entre risas. “Creo que habría preferido compartirlo con Olive Schreiner; mi madre me puso el nombre por uno de sus personajes”, dice. De la novela ‘Historia de una granja africana’, un ‘best–seller’ en 1893.
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