CRÍTICA DE CONCIERTO

Un Mahler emotivo, pero no conmovedor

El Liceu reunió a más de 200 artistas en la 'Sinfonía Resurrección'

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Pablo Meléndez-Haddad

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Con una obra sinfónico-vocal monumental como es la ‘Segunda Sinfonía’ de Mahler, el Gran Teatre del Liceu siguió celebrando los 20 años de su reapertura, aunque sorprende que se haya escogido una obra que gira en torno a la muerte y que nada más comenzar sitúa al oyente, según el autor, "ante el féretro" de un fallecido. La resurrección que se invoca al final, como mínimo, justificaba la obra en una programación que debería ser una fiesta.

El concierto contó con más de 200 intérpretes, con una Simfònica liceísta crecida hasta sobrepasar los 90 profesores y con un Cor del Liceu unido en una sola voz con el Orfeó Català, sumando unos 120 efectivos. Los decibelios llegaron a ser golpeadores en una entrega sobre todo aseada y que Josep Pons, con gesto amplio, consiguió concertar adecuadamente. A su lectura le faltó, en todo caso, un punto de espontaneidad oculta, por ejemplo, tras esos ‘tempi’ que podrían calificarse de “metronómicos” en el ‘andante moderato’, cuando debería haber sido puro lirismo. La marcha fúnebre original que subyace en el primer movimiento, en todo caso, sí que tuvo una suficiente carga de dramatismo en esos golpes de efecto conseguido con los ataques en ‘forte’. Un móvil decretó el final del ‘allegro maestoso’ dando paso al poco flexible y rígido ‘andante’; todo anduvo mejor en el ‘scherzo’ (“tranquilo y fluido”, como lo quería Mahler), con sus expresivos cambios de dinámica.

Una vez más, tal y como ha sucedido en más de una ópera en el Liceu, los internos, a no ser que fueran solistas sin acompañamiento del ‘ripieno’, no siempre se proyectaron adecuadamente a la sala, sobre todo en el movimiento conclusivo, en el que, por otra parte, hubo muchos momentos de amplio vuelo dramático gracias a un coro muy bien compactado en todas sus cuerdas. Más allá de los evidentes contrastes que Pons buscó con pianísimos muy conseguidos, lo que importa es que el mensaje de esta resurrección políticamente correcta llegue intacto a la audiencia, y a ello colaboraron con soltura las dos solistas vocales, la soprano Chen Reiss, de correctísimo desempeño y voz potente, y la mezzo Karen Cargill, que ofreció un ‘Urlicht’ suficientemente emotivo, aunque no conmovedor, que debería ser lo suyo.