EXPOSICIÓN EN GIRONA

Las novelescas andanzas de los falsificadores de arte

El Museu d'Art de Girona explora la tradición del engaño en el mundo del arte a través de una muestra inspirada en la estafa de que fue víctima hace 10 años

zentauroepp51741643 icult200120200725

zentauroepp51741643 icult200120200725 / periodico

Mauricio Bernal

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Es difícil identificar, aparte de la destreza, qué es lo que han tenido en común los grandes falsificadores de arte, aunque un experto diría que en realidad no lo es tanto: el ego. Es un gremio de ególatras. Debe ser tan duro conciliar el amor espectacular por el propio yo con el anonimato que impone la profesión que no es extraño que, una vez desenmascarados, los falsificadores den rienda suelta al cultivo activo de la vanidad. Como Eric Hebborn, el británico que se dedicó a ensalzar su particular talento en dos libros, el autobiográfico 'Drawn to trouble. Confessions of a master forger', y el más didáctico -y cínico- 'The art’s forger handbook', dos volúmenes superventas en los que desvelaba los secretos de la profesión. O como los dos 'Johns', Myatt y Drewe, el dúo de falsificadores más famoso del siglo XX, que después de pagar cuentas con la justicia se dedicaron a la venta de "falsificaciones genuinas". No es tan difícil de entender: es tan amoral como gratificante poder emparentar tu talento con el de Van Gogh.

En el 2010, el museo compró tres obras falsas atribuidas al pintor renacentista catalán Pere Mates, pero la historia tuvo final feliz

Del ego de los falsificadores, de sus técnicas, de su talento para falsear pero también para burlar, de su obra, de cómo han permeado y siguen permeando las paredes de los museos, de todo eso da cuenta 'Falsos verdaderos. El arte del engaño', la exposición en el Museu d’Art de Girona que, en esencia, es un ejercicio de sinceridad: al fin y al cabo, desnuda sin tapujos la traumática experiencia de haber comprado obra falsa. Fue un escándalo en su día: en el 2010, el museo adquirió en subasta tres tablas del 'Retablo de San Juan Bautista', obra del renacentista catalán Pere Mates. En el 2016, otra subasta sacó a la venta seis tablas del mismo retablo, y puso en evidencia -dolorosamente- que las otras eran falsas. La historia acabó bien por tres motivos: porque el propio museo acabó adquiriendo las tablas auténticas, porque recuperó el dinero de las falsas y porque todo ha desembocado en una gozosa exposición. Y exitosa: estaba previsto que cerrara en abril, pero han decidido alargarla hasta septiembre.

La gente quiere falsos

"Entonces no nos hizo ninguna gracia, pero ahora ya empezamos a reírnos", comenta la directora del museo, Carme Clusellas, en uno de los pasillos de la exposición. La muestra cierra un capítulo desagradable, y lo cierra con estilo, pero no es la primera vez que un museo expía museísticamente sus culpas. La National Gallery de Londres, por ejemplo, hizo su propio y fastuoso ejercicio en el 2009, por citar solo la que es considerada la exposición de referencia. "Lo falso tiene un punto morboso, sin duda", dice Francesc Miralpeix, profesor de Historia del Arte de la Universitat de Girona y comisario responsable de la muestra junto a su colega Joan Bosch. "Sabes que con una exposición así generas un atractivo más allá de lo que muestras". O como dice la directora: "Hemos aprendido muchísimo, hemos investigado sobre los falsos catalanes, sobre estrategia internacional, pero también hemos aprendido que después de tantos años de intentar traer el mejor arte, resulta que lo que el público quería era ver falsos".

Aparte de la destreza, los falsificadores tienen en común un gran ego, así que cuando son descubiertos suelen dedicarse al cultivo de la vanidad

El pillo fascina, siempre ha fascinado, y estos ególatras maestros de la duplicación engañosa no son la excepción. Uno de los nombres que siempre salen a relucir cuando se habla de pícaros falsificadores es el de Hans van Meegeren, el pintor holandés especializado en la obra de algunos de sus compatriotas más famosos: Hals, De Hooch, sobre todo Vermeer. La gran historia de Van Meegeren tiene que ver con la manera como fue descubierto. En 1942, uno de sus agentes le vendió un Vermeer, 'Cristo con la adúltera', al marchante de arte nazi Alois Miedl, quien a su vez se lo vendió a Hermann Göring, el mariscal del Tercer Reich. Por supuesto, la pintura era falsa. Finalizada la guerra, las fuerzas aliadas requisaron el cuadro, ataron cabos y llegaron hasta Van Meegeren, a quien la justicia holandesa llevó a juicio por colaboracionismo con los nazis y saqueo de la propiedad cultural holandesa. La pena era elevadísima, mucho más que lo que le podía caer por falsificación, así que Van Meegeren decidió confesar: dijo que lo que había llegado a manos de Göring no era un Vermeer. Que era un Van Meegeren. Tuvo que pintar un cuadro falso durante el juicio para convencer al tribunal.

Fortunas de EEUU

Miralpeix vuelve la vista atrás, a la primera mitad del siglo XX, para ubicar una de las épocas doradas de la falsificación, cuando "los nuevos magnates estadounidenses prácticamente vaciaron media Europa con sus fortunas". Entonces, los Rockefeller y compañía compraron arte a granel y montaron tal festival de compra y venta que acabaron por atraer a los pícaros. "A estos magnates les colaron cantidad de falsos", dice el comisario. ¿Fue la Edad de Oro de la falsificación, con mayúsculas? "Puede que sí, pero también puede que sea ahora", dice. "Es mucho más corriente de lo que pensamos o queremos reconocer. No hay demasiados laboratorios para hacer los análisis necesarios, y en según qué casos casi te puede costar más el análisis que la misma pintura. Hay una lista interminable, y cada día aparecen nuevos falsificados. Obra falsa tienen todos, incluso las grandes colecciones". Los nombres de hoy serán conocidos mañana. Cuando sean descubiertos y se lancen al cultivo apasionado del yo.

"Obras falsas tienen todos, incluso las grandes colecciones", dice uno de los comisarios de la muestra, Francesc Miralpeix

Puede que el paradigma del falsificador ególatra sea el estadounidense Mark Landis, el hombre cuyo único motor era darse el placer de colar obra falsa en los museos. ¿Dinero? Qué ordinariez. Satisfacción del ego. Landis, esquizofrénico, hijo de un teniente de la Armada estadounidense cuya temprana muerte le afectó hasta extremos de locura, falsificador entre otros de René Magritte, Egon Schiele y Maynard Dixon, llegó a colocar por la vía de donaciones más de 50 obras falsas en pequeños museos americanos antes de ser descubierto. Al mismo tiempo, pintaba y exhibía su propia obra. Su historia -la de su extraña mente, la de su carrera como artista y la de su otra carrera como falsificador- fue llevada al cine en el documental 'Art and craft', estrenado en el Festival de Cine de Tribeca en el 2014. Estos personajes terminan siendo demasiado seductores como para no acabar en la pantalla.

Lo cual nos lleva al rey de lo falso, Elmyr de Hory, el tremendamente versátil falsificador húngaro que inspiró el documental de Orson Welles 'F for fake' (F de falso), en 1973. Falsificaba a Matisse. Falsificaba a Chagall. A Picasso. A Modigliani. Vivió en Ibiza y allí "le colocó obra falsa a las élites que pasaban por la isla en los años 60", según el comisario. Un tren de vida espléndido y un final trágico: se suicidó en 1976, poco antes de ser extraditado para ser juzgado en Francia. Se sabe todo de él. Se ha escrito todo de él. ¿Un artista? "Yo no les llamaría artistas", dice Miralpeix. "Es verdad que sus historias son fascinantes, truculentas, novelescas, pero en lo que toca al arte yo diría que son… unos grandes artesanos de lo falso". 

TEMAS