OTROS ESCENARIOS POSIBLES

La tierra prometida

El Centre LGTBI de Barcelona celebró su primer aniversario con un programa musical diverso y radical en el que destacó el recital de RomeroMartín y la sesión de Putochinomaricón

Un momento de la actuación de Putochinomaricón, el sábado.

Un momento de la actuación de Putochinomaricón, el sábado. / periodico

Nando Cruz

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Una pareja de mujeres empuja el cochecito de su bebé. A lo lejos oyen el ‘Bad girls’ de Donna Summer y, claro, se les escapa un aullido de excitación. Se encaminan al Centre LGTBI de Barcelona, hoy desbordado de público en su fiesta de primer aniversario. El edificio es un termitero de alegría. Hay criaturas disfrazadas de sirena y ancianos con aspecto de ilustres pioneros en las batallas. Seis sordomudos charlan en las butacas y un monitor de 'esplai' sube las escaleras con su patrulla de scouts. Un grupo de quinceañeros y quinceañeras se ha citado en la calle. Se les intuye desbordados de excitación al comprobar la cantidad de gente que ha tenido idéntica idea. En el escenario de la calle, la discjockey Äadrik Synth pincha ‘Promised land’ de Joe Smooth y, en fin: bendito sea este centro, esta jornada, esta canción y este instante de plenitud.

Clara Aguilar y Nora Haddad están brindando un concierto-performance encerradas en una sala del centro. El público las ve a través del cristal.  La música sí se oye desde el pasillo. De este modo quieren evocar la necesidad de ir más allá de los espacios que nos han sido asignados socialmente. Tras 15 minutos de trepidante improvisación rítmica, el dúo se retira entre aplausos: “¡Jefas! ¡Jefas!”. En el habitáculo de al lado, siete personas reciben a voluntarias con los ojos vendados dispuestas a que les susurren su nombre al oído durante  varios minutos. Una experiencia baratísima cuyo objetivo es estimular partes del cerebro para activar mecanismos de autoreconocimiento. Quienes lo prueban reciben un buen meneo sensorial. Mientras, en la sala de actos, el asturiano Jonás de Murias marida rumores electrónicos y cantigas norteñas.

Cuando un evento se desborda al poco de nacer, poco queda por escribir ya para reivindicar su utilidad para la ciudad. Lo raro es que en 2020 asistamos al primer aniversario del Centre LGTBI y no al trigésimo. Pero solo es enero y esto ya apunta a festival revelación del año por su amplitud de miras y su empeño en rehuir los tópicos de las celebraciones gays con un programa diverso y radical. Por ahí anda la infatigable Brigitta Lamour ejerciendo de presentadora, animadora y entrevistadora de a pie. A estas alturas de su carrera ya debe haber pisado más barrios y hablado con más vecinos que Jordi Pujol durante sus 23 años de reinado. Lamour insiste una y otra vez en el carácter abierto al barrio y a la ciudad del evento. De nuevo en la calle, el dúo ¥€$Si Perse perpetra un dj set transtodo: ultrapop japonés, agudos inhumanos, ritmos triturados…

Heterodoxo y rompedor

La guinda de tan heterodoxo y rompedor programa es el recital de Álvaro Romero y su escudero electrónico Toni Martín. RomeroMartín se enfrentan a un baño de masas desde en una tarima austera con la palabra, la voz y el ritmo como únicas armas. Desplegarán versos de poetas sevillanos y catalanes; marianas y tangos. Parecerán Sleaford Mods, pero son un cuadro flamenco del siglo XXI, uno en el que tocaor pellizca un ordenador portátil y el cantaor viste tejanos, sudadera de camuflaje y gorra de béisbol.

“Y al pintarme los labios con mi sangre / Convertí el dolor en belleza / Y conseguí vengarme / Del que abrió la herida”, canta Álvaro transformando una agresión en reafirmación. Y sonríe de felicidad como sonríe quien intuye que está rozando lo que siempre soñó. “Mi madre quería una niña / Antes que el vientre diera su fruto / Yo que no nací muchacha / Fui alimento pa’ su disgusto / Nací como quise yo / Mi cuerpo fue una batalla / Y mi espíritu también”, canta luego. Y sonríe como sonríe quien sabe que ha llegado donde siempre soñó.

Su ‘Nana del culo’ toma versos del poeta y artista plástico chileno Pedro Lemebel y, sin haber sido publicada aún oficialmente, ya ha entrado en tromba en el hit parade de canciones que fortalecen las disidencias sexuales gracias a ese verso incontestable: “Yo no pongo la otra mejilla: pongo el culo, compañero”. Un espectador gruñe eufórico al comprobar el ambiente popular y combativo que se respira en la calle Borrell: “¡Así tendría que ser siempre! Esta fue una conquista de la izquierda y de las clases populares de la que luego se ha apropiado el lobby gay, que es lo más liberal que te puedas imaginar”.

Homosexualidad milenial

El cantante de electropop Putochinomaricón también echa pestes del capitalismo rosa y califica los grandes desfiles del orgullo gay de verbenas vacuas. Ello no implica que sus sesiones como discjockey no busquen divertir. Esta vez lo va a lograr pinchando títulos clave de su trayecto vital en busca de una identidad. Pero como cualquier milenial, sus referentes ya no son Freddie Mercury y Communards, sino Dragostea Din Tei y Bikini Kill. Entre hits de Hannah Montana y La Zowi, cae ‘Historia del arte’ de Las Bistecs y, para su sorpresa, una espontánea del público salta la valla y sube a bailar. ¡Es una de Las Bistecs!

También aireará clásicos del pop español como la sintonía de la teleserie ‘Física o química’, ‘Puedes contar conmigo’ de La Oreja de Van Gogh o ‘Zapatillas’ de El Canto del Loco. Las tres contienen versos que pueden empoderar a jóvenes en lucha por su identidad sexual, lo cual demuestra que los músicos solo componen las canciones, pero es el público quien las dota de utilidad y significado. A veces, tan poderoso como el que les adjudica Putochinomaricón cuando las grita a pleno pulmón. A esas horas de la noche, la propia regidora del escenario escoge a amigas y conocidas de entre el público y las anima a subir y bailarse algo: ya sea un dembow, el ‘Aserejé’ de Las Ketchup acelerado a velocidad de pitufa makinera o ese himno universal de Samantha Hudson titulado ‘Cómeme el coño’ que corearán entusiasmadas tres señoras del barrio.

El final de la noche será más político que el de la gran mayoría de festivales de este país. Putochinomaricón dedica ‘Gente de mierda’ a Santiago Abascal y le propone que se meta el pin parental por el culo. Acto seguido se despide animando al público “a revolucionar, a molestar y a enfadarse todo el rato”. Y eso hace el público: enfadarse y pedir un bis. Será “Ojalá (te murieras)”, dedicada también al de VOX. Y aún más enfadado, el público gritará ‘¡boicot a Israel!’, consigna a la que se sumará encendido el propio discjockey, que antes de irse nos recordará que “2020 es el año del ano: por eso tiene dos agujeros”.