NOVEDAD EDITORIAL

Román Gubern topa con la Iglesia

El historiador de cine cuenta en primera persona su experiencia como experto en una comisión vaticana

El historiador de cine Román Gubern, en un céntrico hotel de Barcelona.

El historiador de cine Román Gubern, en un céntrico hotel de Barcelona. / periodico

Elena Hevia

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El mismo día que se produjo el incendio en el Gran Teatre del Liceu, el 31 de enero de 1994, el historiador del cine, Román Gubern, tomaba un avión hacia Roma para lanzarse  a una aventura breve pero intensa. Dirigir el Instituto Cervantes en la Ciudad Eterna. Algunas de las mejores  experiencias que vivió allí - vinculadas a la belleza pero también al caos o a esa sensación de haberse desplazado a un pasado oscuro y a la vez gracioso que Mark Twain cuenta en ‘Un yanqui en la corte del Rey Arturo’-  fueron fruto de una curiosa invitación. Gubern fue escogido por la curia romana para formar parte de una comisión para celebrar un año después el centenario del cine.

Al historiador le gusta alardear –porque puede hacerlo- de haber sido el único laico en aquella comisión- y durante años distrajo a sus contertulios con las evocaciones de cómo se paseaba por los pasillos vaticanos a los pies del Laocoonte y sus hijos, que más parecen una escena de de la serie ‘El joven Papa’ o de su continuación, en la loca imaginería de Paolo Sorrentino.  Todo eso ha nutrido uno de los nuevos cuadernos Anagrama, ‘Un cinéfilo en el Vaticano’, en el que levanta apenas un poco el velo con el que suelen cubrirse los secretos vaticanos. “Es un mundo ignoto, distante, majestuoso, misterioso”, resume el catedrático que ha esperado 25 años, “el periodo que los archivos suelen tener como cautela en la protección a la intimidad” para liberarse y contar cosas confidenciales, ahora que el que fue su superior, el cardenal Foley, ha fallecido.

Aún recuerda Gubern las risotadas del entonces arzobispo cuando Gubern hizo una lista de nombres ilustres en la que incluía tanto a Jerónimo como a  Jesucristo. “Metí la pata –afirma con guasona contricción- a partir de ese momento nuestras relaciones dejaron de ser idílicas para ser meramente corteses”.  También hubo otros traspiés como el hecho de filtrar a la prensa –un comentario dicho al azar- que el Vaticano estaba buscando un santo patrón del cine. “La cosa llegó a mayores cuando en  un periódico italiano apareció la guasa de  que una famosa actriz porno bien podría ser la patrona”. Así que ese tema quedó totalmente aparcado.

Canon cinéfilo y santo

El otro asunto que sí llegó a buen puerto fue la elaboración de una lista o canon de películas ejemplares aunque finalmente se realizaron tres de valores religiosos, morales y artísticos que solo coincidieron con la que aportó Gubern en un título: ‘La strada’ de Fellini. Al ‘dottore,’ como era llamado siempre en Italia, le gusta señalar las ‘contradicciones’  de la curia al haber incluido una película de Buñuel, ‘Nazarín’ y haberse barajado la posibilidad de hacer entrar ‘Viridiana’ –con su pagana Santa Cena- como una historia criptocristiana;  retorcido adjetivo que también se le puede dirigir al propio Buñuel y su famosa frase: “Gracias a Dios, sigo siendo ateo”. O la presencia de la otrora escandalosa Liliana Cavani con su ‘Portero de noche’,  a quien la Iglesia de los 90 “había colocado en una vitrina”.

Gubern se fue de Roma con alguna decepción. No haber sido recibido por el Papa polaco y no haber podido zambullirse en profundidad en los archivos secretos de la Filmoteca Vaticana en los que, dicen, se atesoran las películas antirreligiosas facturadas por la Unión Soviética. Su editor Jorge Herralde, y habida cuenta del historial de Gubern como autor de 'El cine pornográfico y otras perversiones ópticas' –otra divertida incongruencia eclesiástica-  se mostró interesado por la posibilidad de que  en los archivos estén depositadas películas con el habitual cliché de curas y monjas en acciones nada santas. “Lo creo muy improbable”, zanja  el experto.