ENTREVISTA

Jordi Costa: "Quizá Camela genere una emoción estética más fuerte que Tàpies"

El nuevo jefe de exposiciones del CCCB expone su visión de la cultura y esboza sus planes en la institución barcelonesa

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Ramón Vendrell

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Una pregunta descabellada puede tener una respuesta más o menos sensata. ¿Quién es el pensador más interesante de España? Jordi Costa (Barcelona, 1966). Como crítico cultural y como ensayista, Costa ha desarrollado un discurso a contracorriente, riguroso e iluminador. Desde julio pasado es el jefe de exposiciones del Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB). Esta es su primera entrevista en el cargo.

¿Cuál es su idea de cultura?

Empezamos fuerte... Todo discurso o práctica que generamos para hacer mejor nuestra vida o para entendernos a nosotros mismos, para intentar cartografiar el momento en el que vivimos. Me siento muy incómodo con cualquier percepción jerárquica de la cultura. Creo que la cultura puede nacer en territorios bastante insospechados y que no es productiva la diferenciación entre alta y baja cultura. Ni crear márgenes dentro de la cultura. Miro con recelo por ejemplo la figura del crítico musical que de golpe decide que el trap es un territorio que no merece ser explicado. Dicho esto la cultura es básicamente la producción humana que va más allá de las necesidades básicas y tiene que ver con las necesidades inmateriales y espirituales. A la vez tiene un factor emocional, sirve para crear una sensibilidad emocional. Que esto pase con un producto cultural aceptado por las academias es una posibilidad, pero en muchas ocasiones el impulso cultural en el que te reconoces viene de un terreno connotado negativamente.

Es preocupante que su concepción transversal de la cultura no sea la concepción común, ¿no?

Recuerdo una conversación con un editor de libros en la que salieron Tàpies y Camela. Él decía que delante de un cuadro de Tàpies sentía una serie de cosas que no podía sentir un ama de casa con una canción de Camela. Lo que intentaba argumentar yo era que la emoción estética que él sentía ante Tàpies, porque tenía los códigos para descifrarlo, quizá no fuera tan intensa como la del ama de casa ante Camela. Al fin y al cabo el editor se comunicaba con Tàpies desde un punto de vista estrictamente racional. Nunca he creído en una noción excluyente de la cultura.

"Me interesa sobre todo la cultura que te obliga a salir de los códigos en los que estás a gusto, que violenta los límites"

Dado el marco general, ¿cuáles son sus manifestaciones culturales favoritas?

Las que te obligan a salir de los códigos en los que estás a gusto. La cultura que violenta los límites. Como a todo el mundo, me gustan también expresiones culturales cuyo mensaje es de cierta conformidad pero que te dan placer. Aunque el discurso cultural que te obliga a abandonar un prejuicio o a abandonar una casilla o incluso sacude lo que consideramos un orden natural, me llena más.

"El gusto socialdemócrata es entender la cultura como un bálsamo, como un espacio donde no se formulan las preguntas in correctas"

En 'Cómo acabar con la contracultura', su último libro, acuñó la expresión 'gusto socialdemócrata'. Síntesis del concepto, por favor, y sobre todo efectos sobre la cultura española.

Es una expresión que igual podría estar en la línea de parentesco de lo que Guillem Martínez llamaba 'cultura de la transición'. En el contexto del libro recoge un momento histórico en el que de golpe surge una cosa que es incontrolable, el hecho contracultural, que se opone al régimen establecido y a una serie de ideas dominantes al tiempo que aboga por una expresión vital, sin intelectualizar. Es caótica. En ese primer momento, con España bajo una dictadura, caminan juntas dos cosas que en realidad son difertentes: este espíritu contracultural que no tiene un programa político sino vital, y la resistencia política al régimen. Cuando se produce el cambio democrático estas dos líneas se separan y la izquierda democrática y constitucional acaba creando un modelo de cultura que se define finalmente por no ser problemática, por no formular las preguntas insidiosas. Y lo que queda de la contracultura se convierte en algo que merece ser neutralizado. Hay diversas maneras de hacerlo: convirtiéndola en parte de la cultura oficial, vaciándola de todo elemento transgresor...

¿Ejemplos?

Hay muchísimos. Si mirásemos una eventual lista de Spotify de Pedro Sánchez podríamos sacar una serie de conclusiones sobre qué elementos conforman el gusto socialdemócrata. El gusto socialdemócrata se manifestó por ejemplo en el cine el la ley Miró, que fue una domesticación del cine y la creación de una especie de espejismo de prestigio. La gira El Gusto Es Nuestro [de Joan Manuel Serrat, Ana Belén, Víctor Manuel y Miguel Ríos, 1996 y 1997] fue otro gran momento del gusto socialdemócrata, que es entender la cultura como un bálsamo, como un espacio donde no se formulan las preguntas incorrectas.

"Que el Ministerio de Cultura llamara al orden a Cristina Morales tras sus declaraciones al recibir el Premio Nacional es significativo de la fuerza que aún tiene el gusto socialdemócrata"

¿Catalunya está también bajo el dominio del gusto socialdemócrata?

El gusto socialdemócrata ha teñido todo el Estado. Aunque también en todo el Estado hay focos de resistencia que poco a poco han ido ocupando espacios menos marginales. Es interesante ver cómo en determinados momentos hay cosas que el gusto socialdemócrata no ha controlado. Por ejemplo el Premio Nacional a Cristina Morales por 'Lectura fácil'. De golpe hace Morales unas declaraciones por las que el Ministerio de Cultura se ve obligado a llamarla al orden. Es plenamente significativo de la fuerza que aún tiene el gusto socialdemócrata. Y de la función que ha de tener la cultura: no está solo para ser impertinente, pero está para ser impertinente. El libro de Morales es así: por mucho que te consideres abierto o progresista, tendrá algo que te tocará las narices.

"Si tuviera una varita mágica, le encargaría el comisariado de una exposición a Alan Moore"

El libro de Greil Marcus 'Rastros de carmín' inauguró una forma de hacer comentario cultural basada en las conexiones insospechadas. Usted la sigue. ¿Cree que a la larga se ha convertido en solo un juego ingenioso de conexiones al que se apunta demasiada gente, demasiado alegremente?

Puede ser. Se lo he oído decir a otras personas de las que de entrada pensarías que les gusta el modelo de Marcus. Para mí hay dos cosas muy valiosas en el libro de Marcus, que, recordémoslo, es previo a internet: el marco que coge es amplio, no hay un espacio de lo que se considera cultura aceptada y otro de lo que no, es decir, todo es posible. Y también ese trazo cuántico de fusionar tiempos, espacios y registros. Probablemente sea uno de sus imitadores. A mí me echa para atrás mucho el pensamiento académico. Estuve bloqueado cuatro años con mi tesis doctoral porque pensaba que no podría adaptarme al modelo de marco teórico, un modelo que está tan reglamentado que tiene dos peligros muy evidentes: la endogamia, crear un código solo para los iniciados, y generar un pensamiento que está previamente disecado, que no es orgánico. El modelo de Marcus te abre otra puerta de acceso. Hay otros autores que me gustan que de alguna manera funcionan como Marcus: David J. Skal, con su ensayo sobre Halloween ['La muerte sale de fiesta. Una historia cultural de Halloween', publicado en España por Es Pop Ediciones], Iain Sinclair o Donna Haraway, una voz inspiradora que sigue un poco el modelo de Marcus pero en la que ya no encuentras rastro de Marcus, para ella tienen el mismo valor el proyecto comunitario de unas mujeres navajas, un episodio de 'Doctor Who' y una teoría científica. Y en España tenemos un gran ejemplo: Servando Rocha. Volviendo a la pregunta: todas las cosas influyentes tienen derivaciones afortunadas y también el peligro de la emulación. Pero la semilla de Marcus me parece provechosa. Es posible seguir descubriendo cosas en esos términos.

¿Sobre qué ha escrito su tesis?

Sobre 'Cinelandia', un libro de Ramón Gómez de la Serna de 1923. Como no sabía hacerla en términos académicos, acabé haciéndola a mí manera. El tribunal me dijo que no era nada académica, que era más bien un ensayo. 'Cinelandia' es una novela en la que Gómez de la Serna, sin haber estado nunca en Hollywood, se imagina de manera poética y libre lo que es la industria del cine. Es razonable pensar que conociera ideas de Jean Epstein, cineasta francés que en esa época era teórico del cine y había sacado el libro 'Buenos días, cine', además de haber sido traducido en España en artículos de la 'Gaceta literaria'. Pero lo interesante es que pronostica cosas que la teoría del cine no formulará hasta los años 50 o 70. Las ideas de 'El cine o el hombre imaginario', de Edgar Morin, ya están en 'Cinelandia', y lo mismo sucede con las de 'El significante imaginario', en el que Christian Metz mezcla teoría cinematográfica y psicoanálisis. Es difícil argumentar que Gómez de la Serna pronosticó el futuro, por no decir indemostrable, de modo que he hecho un poco de Iker Jiménez al afirmar que de forma intuitiva formuló ideas que no se desarrollaron hasta mucho más tarde.

"Formar parejas de un comisariado artístico y un comisariado científico me parece muy interesante: una conversación tensa entre dos mundos que no están bien comunicados"

Si tuviera un presupuesto infinito o una varita mágica, ¿qué exposición montaría?

Le encargaría un comisariado a Alan Moore, por ejemplo. Le daría carta blanca a un creador que me pareza fundamental. Moore es especialmente atractivo porque es guionista de cómic, es pensador, es mago, es filósofo, es literato... No hablo de dedicar una exposición a su figura sino de invitarlo a pensar en términos expositivos. Esta es una vía que dentro de nuestras posibilidades me gustaría explorar. Hay muchas figuras a las que me gustaría dar carta blanca. Moore podría hacer una lectura de la contemporaneidad que no sería obvia y que se nutriría de muchas fuentes y que nos descubriría cosas. 

Bajando a la realidad, ¿puede concretar alguna exposición que veremos?

Mi intención no es poner la casa patas arriba. Conozco y respeto la historia del CCCB, he sido muy visitante de exposiciones aquí y ocasionalmente comisario. Aquí descubrí que las exposiciones pueden ser otra cosa que lo que yo tenía en la cabeza. Que pueden ser un organismo vivo, un lugar donde se ponga en crisis el lenguaje convencional y un lugar donde se establezca un diálogo. No creo en el discurso cerrado y dogmático. Inaugurar una exposición es como abrir una conversación y tampoco sabes cuál es la vida que tendrá porque la manera cómo interactúa el visitante es quien acaba de cerrar el discurso. 

No suelta prenda.

Por protocolo, no puedo avanzar qué exposiciones estamos perfilando para el 2021 y el 2022. 

Bien, al menos ¿qué líneas le interesan?

Miro con distancia la realidad virtual y las experiencias inmersivas. Me atrae cierta dramatización del espacio expositivo. Y hay inteligencias y sensibilidades que te gustaría seducir y captar para el mundo expositivo. Crear parejas contra natura es otra vía. De hecho en el CCCB se ha abierto en los últimos años la línea de interés científico. Formar parejas de un comisariado artístico y un comisariado científico me parece muy interesante: una conversación tensa entre dos mundos que no están bien comunicados. Que una exposición no sea el discurso de arriba abajo de un comisario sino la materialización de una conversación tensa entre dos mundos.

¿Qué no hará nunca?

Una programación que sea una destilación de mi personalidad. La programación tiene que ser abierta y tener una dinámica flexible. Lo atractivo de este trabajo es la obligación de sumergirte en temas que no son los que más dominas. Vamos a intentar que venga al CCCB gente que no ha venido nunca.

¿Cuál es su libro del año?

'Lectura fácil', de Cristina Morales. Fresco, enriquecedor y provocador. Me ha gustado muchísimo.

¿Película?

Difícil, pero diría que 'Dolor y gloria', de Pedro Almodóvar. La cosa cinematográfica que más me ha gustado es la escena final de 'Dolor y gloria'.

¿Disco?

'Paradiso', en el que Mina canta canciones de Lucio Battisti. Una maravilla.

¿Exposición?

'Composiciones', de Christian Marclay, en el Macba.

¿Obra de teatro?

'Falaise', de la compañía Baró d'Evel. Y 'Paisajes para no colorear', interpretada por adolescentes chilenas a partir de sus experiencias.  

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