CRÍTICA DE CINE
Crítica de 'El irlandés', de Martin Scorsese: la senectud del gansterismo
Scorsese firma un drama otoñal con el que cierra un inmenso ciclo sobre el hampa y, al mismo tiempo, ofrece un curso acelerado de historia americana del siglo XX
Quim Casas
Quim CasasPeriodista y crítico de cine
Profesor de Comunicación Audiovisual en Universidad Pompeu Fabra y docente en ESCAC, FX, Cátedra de Cine de Valladolid y Museu del Cinema de Girona. Autor de diversos libros sobre David Lynch, David Cronenberg, Jim Jarmusch, Fritz Lang, John Ford y Clint Eastwood. Miembro del Comité de Selección del Festival de Cine de San Sebastián.
Quim Casas
¿Se le pueden reprochar algunas cosas a 'El irlandés', la última vuelta del cine de mafiosos según Martin Scorsese? Su duración, no porque la película sea larga en si misma –200 minutos–, sino porque en algunos momentos quiere introducir tantos elementos de conocimiento sobre los personajes reales de la mafia y el contexto del relato, que esa información acaba por saturar un tanto y el filme pierde algo de ritmo.
Pero es un defecto menor. Esta no es una película 'vertiginosa' como lo son 'El lobo de Wall Street' o 'Uno de los nuestros'. Es más reposada en todo porque está contemplada desde la senectud de los personajes, lo que nos lleva en el fondo a un drama otoñal con el que Scorsese cierra un inmenso ciclo: ver a los principales protagonistas ancianos, artríticos, enfermos o desdentados jugar a la petanca en el patio de la cárcel, de la que algunos no saldrán ya con vida, tiene algo de ironía pero también de cierre melancólico sin que ello quiera decir que Scorsese se compadezca de los personajes o intente justificarlos.
¿Tiene cosas buenas? Muchas. En un Scorsese maduro que filma con menos agitación porque así lo requiere la historia y cita en el plano a tantos representantes de su cine que el festival no puede ser más que satisfactorio.
Joe Pesci, rejuvenecido digitalmente o envejecido con el maquillaje, está inmenso como ese capo que lo controla todo y nunca se mancha las manos de sangre. Robert De Niro es un antihéroe trágico que se debate entre la lealtad a unos y a otros. Al Pacino (recién llegado al cine de Scorsese, ya que durante años su papel cinematográfico en la mafia fue con los Corleone de Coppola) es quien más se desmadra como Jimmy Hoffa, el mafioso líder del sindicato de camioneros, pero Pacino es así.
Aparecen otros rostros afines al gansterismo según Scorsese, como los de Bobby Cannavale y Stephen Graham, ambos en la serie 'Boardwalk Empire', y los tres minutos de Harvey Keitel en pantalla –en el papel de Angelo Bruno, el líder del hampa en Filadelfia– valen un imperio.
Humor negro y violencia soterrada
Los tensos enfrentamientos entre miembros de clanes van del humor negro a la violencia soterrada: cada vez que aparece un gánster real, un rótulo nos dice cuándo y cómo murió, generalmente acribillado a balazos. Los asesinos pintan paredes: así se definen cuando le vuelan la tapa de los sesos a alguien y la sangre salpica las paredes.
La historia estadounidense (Bahía Cochinos, el magnicidio de Dallas, el Watergate) desfila ante nuestros ojos y ya nadie duda de que la mafia ayudó a Kennedy a encumbrarlo a la presidencia aunque luego este puso a su hermano de fiscal del Estado y todo se enrareció más. Es una ficción a lo Scorsese, pero también un curso acelerado de historia norteamericana del siglo XX.
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