CRÍTICA DE CINE

'Sorry We Missed You': martillazos contra el sistema

Una vez más Ken Loach hace gala de la errónea convicción de que, para transmitir su apasionado mensaje, es del todo necesario aplastar a sus personajes bajo la rueda del infortunio

Estrenos de la semana trailer de "Sorry we missed you"

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Nando Salvà

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Después de medio siglo de carrera, Ken Loach sigue haciendo la misma película una y otra vez. En ‘Sorry We Missed You’ el contexto laboral y tecnológico es distinto pero, según el director británico, los problemas son los mismos, y él habla de ellos más o menos como ya lo hizo en 'Kes' (1969). En concreto cuenta la historia de un hombre que se incorpora como falso autónomo en una empresa de paquetería con la intención de mitigar las dificultades económicas que sufre su familia, mientras su mujer gana una miseria como cuidadora de ancianos y discapacitados. No hace falta tener una bola de cristal para adivinar que esos sueños de mejoría se harán añicos; es suficiente con haber visto alguna de las películas previas de Loach.

Las tribulaciones de la pareja, por supuesto, son el vehículo a bordo del que ‘Sorry We Missed You’ lamenta las leyes del capitalismo salvaje, tan esclavas de los índices de productividad que no solo obligan a la gente a endeudarse para trabajar y a renunciar tanto a todo su tiempo libre como a cualquier prestación social y hasta a la posibilidad de ir al baño durante la jornada laboral; también destruyen la estabilidad familiar

De nuevo en colaboración con el guionista Paul Laverty, Loach plantea un asunto delicado a través del equivalente narrativo de un martillazo. De entrada, concede el uso de la palabra a sus personajes casi exclusivamente para que expliquen sus penurias laborales, sus aciagas perspectivas de futuro y la magnitud de su desesperación, a menudo entre lágrimas. Y en general se preocupa más por dejar claro el discurso que por la claridad del discurso que por ofrecer un relato mínimamente revelador o innovador a nivel dramático o formal. El mensaje es progresista, pero la forma de transmitirlo es del todo reaccionaria. 

Peor aún, una vez más el director hace gala de la errónea convicción de que, para transmitir su apasionado mensaje, es del todo necesario aplastar a sus personajes bajo la rueda del infortunio y convertirlos en trágicos mártires de todos pecados de la sociedad. A medida que avanza el relato, todo cuanto podría irles mal acaba yéndoles aún peor, en parte porque Loach los obliga a tomar decisiones francamente estúpidas para avivar el drama. Y, en el proceso, una historia potencialmente conmovedora llega a bordear la autoparodia.