CRÍTICA DE CINE

'Hasta siempre, hijo mío': una historia de China

El filme de Wang Xiaoshuai habla de lo colectivo a través de lo individual: los avatares de la pareja protagonista son el reflejo de los cambios acontecidos en China en las últimas tres décadas

Quim Casas

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Aunque no ha parado de rodar en las dos últimas décadas, al director Wang Xiaoshuai se le recuerda básicamente por un filme del 2001, 'La bicicleta de Pekín', cuyo punto de partida era muy similar al clásico neorrealista 'Ladrón de bicicletas', de Vittorio de Sica, aunque luego el relato iba por otros derroteros.

Aquel filme salió triunfador en el festival de Berlín y ahora, casi 20 años después, se estrena entre nosotros la última cinta del director, galardonada igualmente en el certamen alemán con un premio para sus dos actores principales.

'Hasta siempre, hijo mío' habla de lo colectivo a través de lo individual: los avatares de la pareja protagonista son el reflejo de los cambios acontecidos en China en las últimas tres décadas. Viene a ser lo que antes se consideraba una película-río, por su extensa duración y por el tiempo y acontecimientos que abarca, pero su estructura es discontinúa, replegada en 'flashbacks', algo que no demasiado habitual en los filmes de estas características.

A veces alarga demasiado algunos bloques, pero en general Xiaoshuai sabe ser sintético cuando toca y aletargar más los acontecimientos cuando resulta necesario: está hablando de la historia reciente de su país y eso requiere un ritmo concreto. El comienzo, con los niños nadando y el primer contratiempo trágico, es una maravilla, y el filme contiene una emotiva escena de los padres ante la tumba del hijo muerto que John Ford, quién rodo bastantes momentos de estas características, no habría filmado mejor.