CRÓNICA

'En masse', un circo en el Palau de la Música

Los acróbatas del Circa Contemporary Circus ponen en pie al público de la casa del Orfeó Català

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Pablo Meléndez-Haddad

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Mientras en la televisión catalana se aireaban los trapos sucios de Fèlix Millet cuando estaba al mando de la gestión del Palau de la Música Catalana, el auditorio modernista seguía en plena actividad estival. Con la colaboración del Festival Grec 2019, el Palau convirtió por primera vez su escenario en pista circense al recibir 'En masse', de la compañía australiana Circa Contemporary Circus, una creación de Yaron Lifschitz que pone en el centro de la inspiración música de Schubert y Stravinsky.

La compañía, que en Barcelona ya se había presentado en el Teatre Lliure y también en el Grec, puso el Palau patas arriba de la mano de diez espectaculares e imparables acróbatas que lo dan todo al interpretar con su cuerpo, su fuerza, su equilibrio y su virtuosismo las piezas musicales que vertebran una obra que lleva al límite las capacidades de los intérpretes en un montaje tan frenético como poético. La crítica a la estresante sociedad actual queda patente en el ritmo demoledor de 'En masse', que no da tregua a quienes le dan vida.

Público en pie

La compañía es heredera de la tradición nacida en la década de 1970 del llamado 'noveau cirque' y que después se consolidaría con el 'circo contemporáneo', aquel que se aleja del tradicional por la eliminación del uso de animales, por una propuesta estética que nace de una determinada dramaturgia y por la simbiosis de lenguajes en la que se fusionan la acrobacia y los malabares con la música, la danza o el teatro. Su llegada al Palau ha sido todo un acontecimiento, una experiencia que acabó con el público puesto en pie ovacionando a los intérpretes.

La banda sonora de 'En masse' descansa en dos clásicos como son los ciclos de 'Lieder' de Schubert –en este caso, 'El viaje de invierno' y 'El canto del cisne'­– trufados con música electrónica de Klara Lewis para la primera parte del espectáculo, donde ganó la contorsión en el país de ‘pilars’ y ‘castellers’, por lo que las rutinas no llegaron a impresionar, junto a 'La consagración de la primavera' de Stravinski –en su versión para dos pianos– en la segunda, mucho más coreografiada y que exigía de los acróbatas absoluto dominio del cuerpo. Lifschitz firma el concepto, la dirección de escena y la iluminación, esta última –y fundamental– junto a Richard Clarke, mientras que el práctico vestuario era de Libby McDonnell y la escenografía inflable de John Blake.

La música se ofreció en directo interpretada por el voluntarioso tenor Hans Jorg Mammel –con amplificación– y por los expertos pianistas Jordi Masó y Miquel Villalba. La elección de los 'Lieder', que narran unos hechos concretos descritos en las poesías, no resultó muy acertada al crearse cierta incoherencia entre lo que se cantaba y lo que se veía en escena. Mucho mejor funcionó ‘La consagración’, que, a pesar de tener libreto, ha sido releída en multitud de ocasiones.