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Els Pirates convierten 'La fierecilla domada' en un musical feminista

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Eduardo de Vicente

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Han pasado más de 400 años de la muerte de William Shakespeare pero su figura sigue tan vigente o más que durante su vida. Un buen ejemplo es comprobar la cantidad de obras suyas que se representan cada año en el Grec. Pero ya estamos en un segundo nivel, ya que no solo se están ofreciendo sus clásicos sino que también ingeniosos autores se inspiran en sus piezas para crear sus propios homenajes. Es el caso de trabajos como la comedia <em>La tendresa,</em> el musical <em>Per si no ens tornem a veure</em> o el ensayo <em>Hamlet/Segismundo</em>, solo por citar algunos de los más recientes. Para acabar de redondear la fórmula ahora llega al Onyric-Teatre Condal, Les feres de Shakespeare.

Se trata de una comedia con enredos, canciones, coreografías y un reparto coral de Els Pirates Teatre. El punto de partida es La fierecilla domada pero es una adaptación muy muy libre con un mensaje feminista muy diferente que incluye otros elementos habituales del escritor (las mujeres que se hacen pasar por hombres, los disfraces, el poder de la naturaleza, etcétera) y algunos aspectos más contemporáneos.

Una escenografía al servicio de un enredo

La escenografía está formada dos escaleras laterales coronadas por unos arcos. En medio se encuentra una habitación y el escenario se extiende hasta parte del patio de butacas con una tarima en forma de T. Dos chicas italianas con capas y cestas aparecen entre el público buscando su lugar y el número introductorio nos advierte que estamos en la Padua de 1594, la ciudad de la libertad y el siglo de la razón.

La trama se centra en una madre que tiene dos hijas. La mayor, Caterina, es arisca e indomable y ningún hombre se atreve a casarse con ella ya que nunca conseguirá que sea sumisa. La menor, Bianca, es dulce e ilustrada, una mujer sabia con varios pretendientes, pero no podrá unirse a ninguno hasta que su hermana no pase por el altar. Las dos jóvenes del inicio se harán pasar por su hermano varón para que una de ellas pueda seducir a Bianca, de la que está enamorada. Paralelamente, los aspirantes a ser sus maridos se fijan en un noble arruinado para que se case con Caterina por motivos económicos. El enredo está servido.

Las mejores escenas y la música

La obra tiene momentos muy divertidos como la explicación de la función del clítoris, el primer encuentro de la fiera con su futuro esposo (con diálogos muy ingeniosos a ritmo de ametralladora), la narración de la boda (a cargo de una genial Lloll Bertran) , el número “Ja s’han casat, ja l’han cagat” o el baile femenino del tramo final.

La música oscila entre distintos géneros combinando opereta con jazz, swing y pop por lo que nadie debe extrañarse si suena algún shubiduá o algún dabadabadoo más propios del siglo XX o si aparece una bola de espejos de discoteca, ya que se trata de bromas referenciales. Los músicos están escondidos bajo la habitación de Bianca y son únicamente dos: una pianista y un saxofonista, aunque también la actriz Laura Aubert (Caterina) se camufla entre ellos para acompañarles con los instrumentos de cuerda.

Más allá de las apariencias

El reparto está muy equilibrado y todos los actores tienen escenas para su lucimiento, saben complementarse a la perfección y moverse ágilmente con coreografías sencillas pero muy eficaces. El texto es impecable y ofrece alguna que otra sorpresa en la parte final que, pese a las apariencias, acaba siendo un canto a la libertad y rebeldía femeninas más allá de la propuesta inicial shakespeariana. Un montaje en el que todo funciona como un reloj y un tour de force para una compañía que se enfrenta a su reto más arriesgado y ambicioso, lo supera, sale reforzada y te deja con ganas de descubrir sus próximas propuestas. Muy recomendable.