CRÍTICA DE MÚSICA

Raynald Colom, fuera de la cava

El trompetista estrenó The Barcelona Session en La Nau, un escenario ajeno al circuito del jazz

El trompetista Raynald Colom, en la Sala La Nau.

El trompetista Raynald Colom, en la Sala La Nau. / periodico

Roger Roca

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En las primeras filas las cabezas se balancean más o menos al unísono, pegadas al compás. Al fondo de la la sala, cerca de la barra, unos tipos de voces gruesas y acento norteamericano -"Yeah, man ¡haha!, ¡hoho!"- se hacen notar durante casi todo el concierto. Otro espectador, cerveza en mano, le da una charla de melómano enterado a su novia, que aguanta de pie a su lado sin pestañear. Costumbrismo de concierto de rock, de pop. Lo raro es que esto es un concierto de jazz. Aquí hay batería, contrabajo, teclado eléctrico y al frente, el  trompetista más carismático de la ciudad. Raynald Colom se la juega y presenta el disco 'The Barcelona Session' donde lo grabó, La Nau, una sala del Poblenou que busca un hueco en el mapa musical de Barcelona. En la barra un camarero hace una confidencia a un parroquiano: se temía que como esto es jazz vendría poca gente, pero hoy en La Nau hay mucho ambiente, público de todas las edades. Están los irreductibles del Jamboree y los músicos, pero también hay curiosos que no militan en el jazz de la ciudad.

Colom está encantado. Solo le ha faltado que le dejaran disponer a los músicos en círculo en el centro de la sala. “Nos han dicho que no podía ser”, lamenta. El concierto, como el disco, es un viaje que arranca suave. Una cadencia lenta e insistente, la trompeta que se va calentando y luego una cálida semblanza musical de Joan Miró -"uno de los grandes improvisadores de Catalunya”-. La música se espesa con las notas de Darius Milhaud, uno de los compositores de música contemporánea más respetados del siglo XX. Pero el pulso es siempre el del jazz, aunque a estos músicos se le nota las horas de vuelo tocando cualquier cosa que tenga 'groove'.

Colom, gato viejo, sabe administrar sus fuerzas. Se aleja del micro y los ojos y los oídos de la sala se clavan en Greg Hutchinson, un manantial de ideas disfrazado de batería con el que es imposible aburrirse. El clímax de la noche llega en la balada 'The peacocks', con un tañido de trompeta que hace callar incluso a los norteamericanos del fondo. El hechizo de la música en directo es esto. De allí a la euforia: la energía sale a chorro en una vibrante pieza de Wayne Shorter que para Colom es un fetiche y para el cuarteto, una invitación a desplegar sus mejores argumentos. Un swing endemoniado, mucho 'groove', nervio, imaginación. En la sala hay gritos de entusiasmo. Por raro que parezca, era un concierto de jazz.

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