ENTREVISTA

Denys Arcand: "El dinero ha ganado y la razón ha perdido"

El director canadiense estrena en España 'La caída del imperio americano', última entrega de una peculiar trilogía sobre la condición humana

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Nando Salvà

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Más de tres décadas después de darse a conocer internacionalmente con 'El declive del imperio americano' (1986) y pasados 15 años desde que ganó el Oscar con 'Las invasiones bárbaras' (2003), llega a la cartelera con 'La caída del imperio americano', entrega final de una peculiar trilogía sobre la condición humana. En ella, el canadiense se sirve de la peripecia de un doctor en filosofía que se encuentra dos bolsas llenas de billetes para explorar el triunfo del capitalismo y un surtido de cuestiones filosóficas.

-El título de su nueva película la identifica como la tercera entrega de la trilogía que empezó con 'El declive del imperio americano'. Sin embargo, sus similitudes con aquella o con 'Las invasiones bárbaras' no son inmediatamente aparentes.

-Incluso después de todos estos años, los títulos se me siguen dando fatal. Pensé en llamarla 'El triunfo del dinero', pero alguien me dijo que, con ese nombre, nadie iría a verla. En realidad, en todas mis películas hablo de lo mismo: la sociedad y la época en las que vivo. Y, para mí, nuestro tiempo está marcado por la caída del imperio estadounidense, que se ha vuelto ingobernable. Es una caída lenta, pero inexorable. La del Imperio Romano llevó cinco siglos, así que tengamos paciencia.

-El tema principal de la primera entrega era el sexo; el de la segunda, la muerte. ¿Por qué ha decidido centrar esta tercera en el dinero?

-Porque no hay nada más. Hemos eliminado la idea de la muerte de nuestras vidas, y perdido interés en el sexo. ¿Y los ideales? Hace 30 o 40 años aún existían auténticos marxistas que creían en la revolución y la lucha de clases. Todo eso ha muerto. La izquierda tradicional, que se encargaba de proponer medidas sociales, ya no existe. ¿Qué vamos a hacer? ¿Quién formulará una opción de futuro? El dinero ha ganado y la razón ha perdido. Incluso en el mundo del cine. Lo que importa ya no es la calidad de las películas, sino su recaudación el primer fin de semana.

-¿Y qué hay de usted? ¿Sigue socialmente comprometido o ha tirado la toalla?

-Estoy tan perdido como mis personajes. Llevo años sin votar porque no me siento representado por nadie. Y la era digital me supera. Facebook trafica con nuestra información privada, los 'hackers' rusos manipulan los procesos democráticos, Netflix está asumiendo el control absoluto del cine. Francamente, me siento superado. Ya ni siquiera voy al cine, porque la mayoría de los cineastas que amé han muerto y la mayoría de películas que proyectan son entretenimiento vacío. Si quiero entretenerme, veo jugar a Rafa Nadal.

-En todo caso, 'La caída del imperio americano' es más optimista de lo que cabría esperar. No muestra fe en el sistema, pero sí en el individuo. ¿Realmente cree que hay motivos para la esperanza?

-Sí. Siento que ahí afuera hay muchísimas personas admirables. Y creo que la vejez me ha ablandado. Me siento más sereno, menos deprimido. Después de todo, he tenido una vida llena de éxito, amor y felicidad. Además, no me gusta que el espectador salga de ver una película mía con ganas de suicidarse.

-Asimismo, es una obra menos íntima y emocional que sus predecesoras. Su actitud satírica es más agresiva.

-Cuando hablaba de sexo estaba haciéndolo de las mujeres que conocí, de las amigas que hice en la universidad en una época en la que todos nos acostábamos con todos. Luego, cuando después de cumplir los 60 años dirigí 'Las invasiones bárbaras', rendí tributo a todas las personas que empezaban a morir a mi alrededor: padres, hermanos, amigos. Había mucha implicación sentimental en todo eso. Pero el dinero no invita a ese tipo de introspección sino a actitudes mucho más violentas.

-De hecho, la película es un 'thriller', un género que usted habitualmente no maneja. ¿Se le ha hecho raro?

-Todo lo contrario. Las primeras películas que hice en los 70 eran 'thrillers', relatos de suspense y pistolas. Sobre todo después de pasar muchos años haciendo cine para intelectuales, me apetecía aflojar un poco. Y el director que diga que no disfruta rodando con pistolas, miente.

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