80 ANIVERSARIO DE SU FALLECIMIENTO

Antonio Machado, el exilio que aún duele

Antonio Machado en la terraza de Villa Amparo en la localidad valenciana de Rocafort, poco antes de trasladarse a Barcelona en abril de 1938.

Antonio Machado en la terraza de Villa Amparo en la localidad valenciana de Rocafort, poco antes de trasladarse a Barcelona en abril de 1938. / periodico

Elena Hevia

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Atento a los detalles, en un momento en el que los símbolos cotizan al alza, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, visitará el domingo la tumba de Antonio Machado en el minúsculo cementerio de Collioure, en Francia. Lo que año tras año ha sido una celebración intensa pero íntima de carácter más bien popular (nunca faltan las flores encima de la losa, ni cartas en el buzón anexo habilitado para ello) se convertirá en un acto oficial en el 80 aniversario de la muerte del poeta, que se cumple este viernes. 

Sánchez será el primer presidente español en activo que visite la tumba de Machado y lo hace en un momento clave, cuando se radicalizan en el discurso social aquellas dos Españas de las que se dolió en sus versos. El poeta, es sabido, fue el rostro singular y humano de las 465.000 personas, 170.000 de ellas civiles, obligadas a cruzar la frontera con Francia tras la toma de Barcelona por las tropas franquistas y a la vez representante de un republicanismo autonomista laico y progresista que aunque hoy en horas bajas fue, no hay que olvidarlo, el bando de los perdedores.

El pasado lunes, Ian Gibson uno de los estudiosos de su figura, visitó una vez más el pueblecito costero que se ha mantenido sorprendentemente a salvo de los embates turísticos. Con su nuevo libro bajo el brazo, ‘Los últimos caminos de Antonio Machado’ (Espasa), refundición del anterior ‘Ligero de equipaje. La vida de Antonio Machado’, el hispanista pasó por los enclaves de la localidad.  La estación de ferrocarril donde llegó el poeta procedente de la de Cerbère acompañado de su amigo el periodista Corpus Barga, su hermano José, su cuñada Matea y la madre Ana Ruiz, que a sus 82 años estaba profundamente perdida en su pasado y preguntaba insistentemente "¿ya llegamos a Sevilla?".

La placita donde se situaba la mercería en la que la familia se refugió mientras esperaban un taxi y en la que su propietaria Juliette Figuères les ofreció café con leche y mucha ayuda, hoy convertida en tienda de vinos para gourmets. La pensión Bougnol-Quintana, donde el poeta muy enfermo, posiblemente de neumonía, vivió apenas 26 días hasta el de su muerte, actualmente un edificio cerrado desde hace dos décadas a la espera de que los herederos y las autoridades españolas y francesas lleguen por fin a un acuerdo económico y decidan convertirla en museo y centro de estudios.

El puerto, por donde el poeta paseó su frágil salud de hombre asmático, gran fumador y con una afección cardiaca crónica: por allí se asomó al mar un par de veces para observar las casas de los pescadores y envidiar la tranquilidad de aquella gente sencilla. Y, naturalmente, el cementerio, donde apenas cruzada la entrada está situada la tumba donde yacen el poeta y su madre, que murió solo dos días después.

Sobre esa losa Gibson deposita claveles rojos. "Creo que Machado tiene todavía mucho que decir a los españoles de hoy porque es un ejemplo de seriedad intelectual y de honradez. En sus poemas y también en su prosa, que es bastante desconocida, todo gira sobre la España que debe transformarse, la España que no dialoga y eso es algo que tiene una absoluta vigencia hoy en día", dice.

De Madrid a Barcelona

La historia de Machado, hoy convertido en mito, es la de tantos exiliados. Su trayectoria, paradigmática. Tozudo e introvertido, posiblemente porque no quiere obligar a su madre a un enojoso traslado, se resiste a abandonar Madrid cuando se produce el golpe de Estado franquista. Su permanencia allí es también un refrendo a la legalidad de la República y a su admirado Manuel Azaña (unidos en el exilio francés, Sánchez también visitará el domingo la tumba del presidente en Mountaban). Finalmente, cuando su último amor, Pilar de Valderrama, Guiomar para la literatura, se marche con su marido al Portugal salazarista, el poeta accede a que lo evacuen a Valencia donde asistirá al Congreso de Intelectuales Antifascistas.

La estación siguiente en su vía crucis será Barcelona. Ocho meses pasó allí desde abril de 1938. La primera localización es la suite 209 -hoy 214- del Hotel Majestic -donde años antes se había alojado también García Lorca-, pero el poeta, rodeado de aquel lujo y quizá de quintacolumnistas, no se siente a gusto. Lo instalan entonces en un decadente y polvoriento palacio del siglo XVIII, la Torre Castanyer, propiedad de familia Güell, en el paseo de Sant Gervasi. Allí Machado colabora en la prensa catalana, relee a Maragall y Verdaguer, amén de autores de su tiempo, como el poeta Carles Riba, a quien más tarde encontrará en su huida.

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Los Machado apuran mucho en Barcelona y solo se deciden a marchar tras los bombardeos cuatro días antes de la caída de la ciudad, el 26 de enero de 1939. En un coche propiedad del doctor Puche Alvárez y acompañados de una ambulancia que en este caso servía para trasladar a otros intelectuales, entre ellos el filósofo Joaquim Xirau, amigo de la familia , toman la carretera de la costa pasando por Masnou hasta llegar a Malgrat donde se desvían hacia el interior en dirección a Girona.

Un poco más allá, acceden a una masía situada en Raset, muy cerca de Cervià del Ter, que poco a poco se va llenando de refugiados ilustres como Corpus Barga, Carles Riba, Josep Pou i Pagès y el doctor Joaquim Trias i Pujol. José Royo Gómez, geólogo y paleontólogo valenciano, científico de fama internacional, le hizo allí una foto junto a su hermano José y otros refugiados; será la última que lo retrate vivo y en ella ya es patente el deterioro físico del poeta que tan solo tenía 63 años aunque pareciera tener 20 años más.

Mantener el decoro

Tras pasar una noche en Viladasens alcanzan la frontera por los intrincados y peligrosos caminos de Cadaqués y Port de la Selva, allí se suman a la corriente de hombres, mujeres y niños que se trasladan a pie bajo la tramontana y una lluvia helada.  Los bombardeos les obligan a parar y refugiarse en las cunetas. Cuenta José Machado que su hermano dijo entonces que “era natural tener miedo pero que aunque no fuese más que por decoro no había que dar este espectáculo y que si le cayera una bomba, como esta llevaba la solución del problema vital, no había que darse tanta prisa”.

En la estación de Cerbère, donde llegan a pie, porque los conductores los dejan muy cerca de la frontera, se salvan por muy poco de ser trasladados a un campo de refugiados. Corpus Barga se hace cargo del asunto, deja a la familia en la estación y consigue recomendaciones y dinero. Poco antes, el poeta se ha vuelto a encontrar con Carles Riba a quien pregunta dónde puede vender su reloj. Riba, camino de París, se apiada y al tiempo que le estrecha la mano le alarga unos billetes. “No venda usted su reloj”, le dice.

Durante ese camino que acabaría para él 30 kilómetros al norte, en Collioure, Machado, al igual que Walter Benjamin un año más tarde, perdió su maleta. ¿Qué llevaba en ella? Gibson sostiene que uno de sus bienes más preciados, las cartas de Guiomar: "Sé que las llevó a Valencia, no tiene sentido que las dejara en Barcelona, es muy posible que estuvieran ahí". ¿Qué ocurrió con ellas? Es bonito pensar que en alguna consigna perdida y cubierta de polvo la maleta de Machado y la de Benjamin pudieran haber estado una muy cerca de la otra.