NOVELA NEGRA

De cómo Vázquez Montalbán le tomó el pulso a Barcelona

Las novelas de Pepe Carvalho son una lúcida crónica de buena parte de la historia reciente de la ciudad

Una imagen de las Ramblas ,a finales de los 70.

Una imagen de las Ramblas ,a finales de los 70. / periodico

Elena Hevia

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Hay otra manera de contemplar las novelas que sobre Pepe Carvalho escribió Manuel Vázquez Montalbán (a partir de ahora, MVM) más allá de sus implicaciones criminales, que a fin de cuentas no tan son cruciales en las tramas porque el detective jamás entregará el culpable a la policía. El canon Carvalho discurre desde ‘Yo maté a Kennedy’ (1972), una humorada en la que el detective no es todavía exactamente el que llegaría a ser, hasta la póstuma ‘Milenio’ en el 2004. Pero para lo que nos interesa, trazar la geografía barcelonesa y a la vez ser testigo de la evolución, transformación y disolución de la ciudad, el punto de partida hay que ponerlo un año antes de la muerte de Franco, en 1974 con ‘Tatuaje’, una novela que pasó desapercibida entre crítica y lectores y que contó con una única crítica demoledora en un diario de gran tirada. En la siguiente novela Carvalho se limpiaría el trasero con ella.

En el 74, Carvalho, tras años de militancia comunista en Francia y posterior desencanto, y de haber sido captado por la CIA en Estados Unidos, regresa a la ciudad en la que nació, en la calle de la Botella, hoy carrer d'En Botella, número 11, cerca de la plaza del Pedró, justo en el lugar en el que también nació su creador. Pese a que en el futuro realizará no pocos viajes alejándose de ella, la Barcelona de Carvalho es un reflejo fiel de las contradicciones de la transición, un choque entre la pervivencia de los poderes fácticos del antiguo régimen y una esperanza democrática que para el detective descreído, hijo del Barrio Chino, territorio comanche de la ciudad canalla, se diluirá en el convencimiento de que a los más miserables su día a día no les va a cambiar demasiado.

Sobre el plano de la ciudad, MVM traza un eje para su héroe que une dos Barcelonas casi antagónicas: la de la casa en Vallvidriera que Carvalho compra a su llegada (como también hace su autor) y el Barrio Chino. En Vallvidriera come como un rey cordero a la Perigord y quema libros en la chimenea, no porque no sean buenos sino porque simbólicamente le alejan de la vida. Desde ese enclave privilegiado y un tanto bohemio chic, Carvalho desciende cada día a la Barcelona real, el barrio, las habitaciones por horas, las tiendas de gomas y lavajes que en pocos años acabarán conviviendo con los drogadictos y con una fauna multicultural que, todavía hoy en tiempos de narcopisos, se resiste a morir en medio de las oleadas turísticas.

En el Chino, que pronto se convertirá en Raval (un nombre-maquillaje para esconder una realidad molesta), Carvalho muy probablemente se cruzó con otras criaturas del aire como Anarcoma o Makoki, tan críticas como él. Es el hábitat laboral del detective que instala su cutre oficina en la Rambla dels Caputxins esquina con Escudellers, muy cerca del Frontón Colón, en un despacho de lo que antiguamente fue la “casa de putas de Madame Petula”.  Las siguientes novelas, ‘La soledad del manager’, ‘Los mares del Sur’ (que pone en la historia de la literatura barrios obreros como La Pau) o ‘La Rosa de Alejandría’ (‘Asesinato en el comité central’ se sitúa en Madrid), son excelentes para trazar la intrahistoria de la transición. Son buenas incluso como libros proféticos: la desconfianza en la democracia, “una fiesta cara”, el peligro del golpe de Estado, la corrupción política…

De ayer a hoy

Muchos de los lugares donde Carvalho recaló, hoy han perdido parte de su alma o están a punto de hacerlo, como los locales de la Plaza Real, el renovado restaurante Casa Leopoldo que MVM conoció de niño cuando le llevó su padre, sin olvidar el bar Pastis o el Café de la Ópera que resisten ahora y siempre.

Cuando los vientos de la especulación, el diseño y la marca Barcelona soplaron sobre la ciudad olímpica, MVM, el espíritu más crítico y lúcido del momento, advirtió el peligro y puso al investigador como notario de esa euforia en ‘El laberinto griego’ y en ‘Sabotaje olímpico’. Mientras las páginas de los diarios pregonaban que Barcelona era la mejor ciudad del mundo y se plantaba la semilla que culminaría en este presente de moda y gentrificación, el detective se aislaba en su casa gestando una amargura que se reconcentraría aún más en las siguientes novelas. MVM no llegó a ver este presente, tampoco vivió la crisis que estalló cuatro años después de su muerte, pero todavía hoy no hay mejor termómetro para medir el calor de la ciudad que sus libros de Carvalho. 

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