FUNERAL

Claudio López Lamadrid, retratado por sus "carnales"

A las exequias fúnebres del editor ha asistido un 'who is who' de la literatura y la edición españolas, pero no la 'consellera' de Cultura

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Elena Hevia

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El día en que se celebraron las exequias fúnebres de uno de los mayores editores en lengua castellana, ese día la 'consellera' de Cultura de la Generalitat, Laura Borràs, brilló por su ausencia. En su lugar acudió la directora territorial del 'departament' Àngels Torra. Seguramente, Claudio López  Lamadrid no habría reclamado la asistencia del líder del PSC, Miquel Iceta, ni del teniente de alcalde del Ayuntamiento de Barcelona Jaume Asens, presentes ambos este lunes, ni que el Ministro de Cultura, José Guirao, se pasara por el tanatorio este fin de semana, porque el gran reconocimiento le vino de sus pares, los editores que acudieron en masa a honrar su figura, de los autores -no necesariamente los que le debían algo profesionalmente-, los libreros, o de los amigos, una etiqueta a añadir a las anteriores porque la calidez furibunda del director editorial de Literatura del grupo Penguin Random House instaba a la amistad. Y la amistad era lo que más le importaba. Y naturalmente el calor de su familia, "a la vez tan antigua y tan moderna", como la definió su colega Riccardo Cavallero.

Con una asistencia de más de 600 personas, el funeral fue un acto desolado, como siempre ocurre cuando alguien se va demasiado pronto, pero no desgarrado quizá por su elegancia aristocrática, pese a que su rancio abolengo no era para nada rancio. El funeral sirvió para acercar su imagen de gran editor desde todas las perspectivas posibles. Para recordar sus estentóreos estornudos, su sentido del humor, a su perro Tor, tan viejo y sin embargo sobreviviente, y esos dilemas chistosos por imposibles que solía plantear a su pasmada familia: "Si vas a buscar a tus hijos al aeropuerto y las puertas se abren a la vez, ¿a quién corres a abrazar primero?". Un conflicto que bien se podía plantear en la realidad puesto que sus hijos, Jacobo y Jimena, trabajan en la aviación comercial, un oficio que paradójicamente les acercaba a su padre que como buen editor de la vieja escuela vivía prácticamente entre aeropuertos y en especial salvando la distancia entre Latinoamérica y España. 

El escritor Rodrigo Fresán lamentó no haber sabido antes que familiarmente se le llamaba Toti: para poder tomarle el pelo en todos estos años de guasona amistad

Frente a la madre, Carmen, que el pasado octubre perdió también a su marido, hablaron de su Gran Hermano los hermanos menores, Álvaro y Miriam. Por ella nos enteramos de que al editor familiarmente se le conocía como Toti -Rodrigo Fresán, autor y buen amigo, lo desconocía y se lamentó de no haberlo sabido para poder tomarle el pelo en todos estos años de guasona amistad-; habló también su pareja, la exministra Ángeles González-Sinde: "Cada uno de nosotros tenemos un trocito de Claudio dentro".

El más 'cool' de la ciudad más 'cool'

El retrato divertido y a la vez cabal, tal y como a él le habría gustado, lo hicieron sus grandes amigos, sus "carnales" como él solía decir utilizando la expresión mexicana. Entre ellos, los editores Miguel Aguilar y Andreu Jaume, el crítico literario Ignacio Echevarría y uno de sus autores, Rodrigo Fresán. Aguilar habló de parte del grupo editorial, evocando el kilómetro cero de su amistad: "Cuando llegué a Barcelona en 1999 él era el editor más 'cool' en la ciudad más 'cool' del mundo", dijo, y lo retrató en su día a día, con esa cualidad tan suya de "estar sin estar", de evadirse de todo en medio de la multitud y de su curiosa química personal -"convocaba reuniones en su despacho y se iba agobiado a los cinco minutos, montaba una cena lleno de entusiasmo el lunes, la cancelaba el martes, el miércoles reconvocaba con distintos invitados, el jueves cambiaba de restaurante, el viernes, finalmente, se celebraba el encuentro"-. De hecho, Fresán barajó la posibilidad que de haber podido acudir el editor a su propio funeral, se habría ido gruñendo a los pocos minutos o no habría ido en absoluto gracias al grito de "menudo coñazo". Echevarría, el más "carnal" de sus "carnales", evocó el gran tamaño de su cuerpo parejo a su grandeza como editor. "El cuerpo de Claudio trasmitía presencia, solidez y autoridad". También, dijo,  en un primer momento podía inspirar miedo, algo que a él le divertía. "Claudio era -mucho más de lo que a él le gustaba admitir- bondadoso, por eso mismo era tan buen padre y tan buen jefe".

El funeral fue un verdadero 'who is who' de la literatura y la edición españolas. Entre los escritores estuvieron Javier Cercas, Ignacio Martínez de Pisón, Ray Loriga, Paula Bonet, Laura Fernández, Llucia Ramis, Kiko Amat, Ildefonso Falcones, Javier Pérez Andújar, Luna Miguel o Sergio del Molino. Y entre los editores, Riccardo Cavallero, Jorge Herralde, Sílvia Sesé, Emili Rosales, Xavier Folch, Sandra Ollo, Julián Viñuales, Sílvia Querini, Eugènia Broggi, Malcolm Otero, Aniol Rafel, Pilar Beltrán, Anna Soldevila, Ester Pujol, Berta Bruna o Joan Sala.