CRÍTICA DE CINE

'El vicio del poder': contundente, severo y salvaje 'biopic' sobre Dick Cheney

La película de Adam McKay demuestra que un filme biográfico puede tener otro estilo, una normativa distinta que se aleja de la convención, tanto estilística como conceptualmente

Estrenos de la semana. Tráiler de 'El vicio del poder' (2018)

Tráiler de 'El vicio del poder' (2018) / periodico

Quim Casas

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Una de los grandes logros de 'El vicio del poder' es que desacraliza el 'biopic' tradicional sobre personajes de la esfera política. Adam McKay, uno de los directores más representativos de la nueva comedia cinematográfica estadounidense de los últimos años gracias a sus colaboraciones con Will Ferrell, sabe cómo integrar la comicidad, el sarcasmo y la ironía salvaje en un contexto severo y dramático, ni más ni menos que el de la escalada al poder de <strong>Dick Cheney</strong>, uno de los personajes más influyentes y siniestros de la política norteamericana contemporánea. Todos ganamos y queda demostrado que el filme biográfico puede tener otro estilo, una normativa distinta que se aleja de la convención, tanto estilística como conceptualmente.

De hecho, en los créditos iniciales se nos dice que es muy difícil desentrañar la vida privada de alguien como Cheney, pero el director asegura que "nos lo hemos currado como unos cabrones". Y de este modo han organizado algo así como un desplegable sobre los motivos principales en la existencia de quien fuera jefe de Gabinete, secretario de Defensa y finalmente, durante el mandato de George Bush Jr., un vicepresidente con más poder que el mismo presidente.

<strong>Christian Bale</strong>, en otra nueva demostración de sus transformaciones físicas que dejan en nada la de Robert De Niro en 'Toro salvaje', encarna a Cheney con todas sus contradicciones iniciales y peligrosas certezas finales. Su trabajo es excelente, pero lo que da sentido a este filme sobre el vicio del poder y el poder del vicepresidente (de ahí su título original con doble sentido, 'Vice') es, sobre todo, las calculadas salidas de tono que procura McKay, el papel que juega el narrador en tercera persona o esa manera idílica de concluir la película a mitad del metraje para volver atrás y explicarnos la dura realidad.