CRÓNICA
Pablo Milanés, más que una canción en el Palau
El cantautor cubano ofreció un emotivo recital en formato de trío en el que combinó clásicos y piezas menos conocidas y dedicó 'Carta a un amigo lejano' a Quico Pi de la Serra
Jordi Bianciotto
Periodista
Jordi Bianciotto
Volvió Pablo Milanés al Palau a cantar la vieja melodía que, “más que una canción”, querría que fuera “una declaración de amor”, esa ‘Yolanda’ como resumen de la pureza de espíritu llevada al pentagrama. Milanés sentimental, filosófico y evocador de los lejanos ‘días de gloria’, con poderío vocal a sus 75 años y fundiendo, en el marco del Festival del Mil·lenni, sus canciones más populares con otras que aprecia y que desea destacar, aunque hayan quedado semiocultas entre los pliegues de sus más de 50 discos.
Como ‘Matinal’, una pieza no demasiado lejana (del disco ‘Regalo’, del 2007), que abrió el recital aludiendo con romanticismo a la ilusión del despertar cotidiano: “anunciando el día / de hacerte conocer / todo lo que inspiras”. O la enigmática ‘Plegaria’, de 1995, donde se preguntó “qué es lo que falta para creer que Dios murió”. No hay cinismo en Milanés, ni siquiera sombras de ironía, sino un afán por transmitir sentimientos genuinos, con el corazón en la mano.
A lo largo de los años le hemos podido ver en todos los formatos, más grandes o más pequeños, envolviéndose de teclados electrónicos ‘new age’ o, así fue en el Palau este sábado, acompañando su voz y su guitarra del piano de Ivonne Téllez y el violoncello (y discretas segundas voces) de Caridad R. Varona. Triángulo fino, felizmente orgánico e idóneo para resaltar los pulcros contornos emotivos de canciones como ‘Si ella me faltara alguna vez’ o ‘Amor de otoño’, si bien difícilmente podía sacar partido del potencial rítmico de las composiciones con sustrato de son cubano, como ‘Canción’ (‘De qué callada manera’), ‘Hay’ o ‘En saco roto’.
Complicidad catalana
Milanés apuntó a sus largos vínculos con Catalunya en una pieza no prevista en el programa, ‘Carta a un amigo lejano’, que dedicó a su querido Quico Pi de la Serra, “un mito”, a medida que su voz se iba calentando, en su eterno cruce de calidez y grandiosidad, y alzándose en los tramos finales de las canciones, como en ‘Ya ves’, “una de las más antiguas”. Pasado el ecuador, aunque las rarezas seguían salpicando el atril (‘Todos los ojos te miran) fueron ganando terreno los títulos reconocibles desde la primera nota, acogidos con aplausos instantáneos, como ‘Años’ y ‘Para vivir’.
Canciones evocadoras de anhelos remotos y de ingenuidades un poco maltrechas, que podían insinuar una nostalgia de la nostalgia y buscar refugios emocionales. ‘Yolanda’ y ‘El breve espacio en que no está’ cerraron el pase tras una hora y media que supo a poco a los admiradores de Pablo Milanés, que haciéndose un poco de rogar, salió de nuevo a escena para cantar la que presentó como su canción más reciente, ‘Vestida de mar’, que sonó como una última declaración de amor, esta a la ciudad de La Habana, que “será alguna vez / lo que un día fue / vestida de mar / vestida de luz / como un renacer”.
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