CRÓNICA DE DANZA
'Cuculand Souvenir': recuerdos de un mundo loco, el nuestro
El coreógrafo catalan Roberto Olivan propone en su último espectáculo una mezcla de danza, teatro y circo inquietante y estimulante a la vez
“I miss my future so much” (“Echo tanto de menos mi futuro”). Con este mensaje apocalíptico concluye 'Cuculand Souvenir', la última gran producción de Roberto Olivan y Perfoming Arts, que tras pasar por el Sismògraf de Olot y el GrecGrec, desembarcaba la semana pasada en el Teatre Nacional de Catalunya. Envuelto en una reflexión sobre cómo condicionan nuestro día a día las nuevas tecnologías, el espectáculo despliega una serie de cuadros inconexos -fragmentados como las publicaciones en las redes sociales- en los que los intérpretes evocan un profundo sentido de la alienación. Los siete artistas, de orígenes y talentos diversos, son el objeto de un movimiento perpetuo, con choques y cortes bruscos, carreras en círculo y saltos sobre banquetas. Todo ello al ritmo de la música lacerante de Laurent Delforge y envueltos en luces estilo frenopático de Romain Tardy.
De 'Cuculand Souvenir' sobresale el aspecto acrobático de la pieza por encima del dancístico. Dejan muy buen 'souvenir' las actuaciones de la italiana Delia Ceruti y sus acrobacias aéreas con la cuerda, o bien la de Manuel Tiger con un enorme balancín de acero en el que acaba implicándose toda la troupe. En cuanto a la danza, destacan Akira Yoshida y Chey Hurtado, que fusionan respectivamente el breakdance y el hip hop con el contemporáneo. El punto de humor lo introduce Luis García 'Fruta', un bailarín alto y delgaducho que – ¡asombroso! – se pliega hasta meterse dentro de una caja de cartón y luego sale disfrazado de conejito. “¡Que solo es una caja!”, grita.
Frialdad, frenesí, frivolidad, fricción… 'Cuculand Souvenir' ofrece un mosaico de un mundo ciertamente enloquecido en el que todo llama nuestra atención: “Can I borrow you for a second?” (“¿me puedes hacer caso un momento?”, dice una chica de aspecto virginal des de una pantalla cuarterada al inicio. Emana esa sensación de peligro que se esconde bajo una capa de inocencia supuestamente inofensiva. La atención del espectador se ve también atrapada por una escena de gran belleza plástica: un hombre y una mujer se acercan cada uno sobre una tarima luminosa. Frente a frente, en ropa interior, se buscan y se intentan tocar, besar, pero un plástico que los cubre por entero como una sábana rígida se lo impide. Es la viva imagen de la incomunicación. Acto seguido irrumpe sobre el escenario una especie de orgía discotequera, con pelucas multicolores y lentejuelas, y el tono cambia radicalmente. Porque Olivan, más que juzgar, muestra, señala con el dedo una sociedad del “borrón y cuenta nueva”, de “a otra cosa mariposa”. De textura futurista, pero en realidad anclado en nuestro presente, el viaje que propone aquí el coreógrafo catalán en una mezcla de danza, teatro y circo inquietante y estimulante a la vez.
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