crónica de ópera

'Katia Kabanova' eleva sus alas en el Liceu

La ópera de Janácek regresó para sumar un nuevo éxito al curso del Gran Teatre

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Pablo Meléndez-Haddad

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Volvieron a alinearse los astros en el Liceu, ahora gracias a la genialidad de Janácek, compositor que hacía demasiado tiempo que estaba ausente de la programación. Su 'Katia Kabanova' regresó en una inteligente, sencilla en apariencia y bien pensada propuesta escénica de David Alden -con ciertos tics que recordaban al montaje de Nikolaus Lehnhoff para Glyndebourne-, con una simbolista y sintética escenografía de Charles Edwards de perspectivas imposibles, suelos inclinados e inestables, paredes falsas y puertas a ninguna parte. Ayudaba a crear ambiente la expresionista iluminación de Adam Silverman, tan inquietante como es la partitura, todo muy bien complementado por el descriptivo vestuario de Jon Morrell que, antes de que los personajes se quiten sus caretas, incluso desorienta (como la elegancia casi coqueta de Kabanicha).

A pesar de que la producción cuenta con escenas abiertas y sin paredes, la convincente dirección de actores y ciertos elementos volumétricos permitieron a los intérpretes moverse, actuar y cantar en la boca del escenario, ayudando así a la proyección de las voces.

Josep Pons dirigía por primera vez el título y lo hizo con tino y ambición teatral, sin muchos acentos exagerados, pero sí con acertado nervio dramático, recibiendo de la Simfònica liceísta la respuesta adecuada. La música pide a gritos ser concebida como drama teatral, tanto como unos intérpretes dispuestos a darlo todo, y eso fue lo que aportó este reparto encabezado por una entregada Patricia Racette como Katia: la cantante estadounidense había interpretado este montaje en Londres, pero en inglés, y ahora incorporaba el papel en checo consiguiendo una electrizante interpretación, demostrando que lo que Katia quiere es amar libremente y sin imposiciones; el metal de su timbre ayudó a perfilar el personaje. Su castradora suegra -reflejo de la sociedad- corrió por cuenta de una incisiva Rose Aldridge como la cruel Kabanicha, personaje que a ojos de Alden resulta, además, tan cínico como diabólico.

El tenor Francisco Vas fue un perfectamente pusilánime Tichon, mientras Nikolai Schukoff defendía un Boris decidido aunque con una emisión algo irregular al llegar al agudo, todo lo contrario del extrovertido y seguro Vania de Antonio Lozano, la sorpresa de la noche. Michaela Selinger fue una Varvara jovial y de fascinante emisión y de entre el comprimariado destacó por su adecuación la Glaixa de Mireia Pintó y el Dikoi de Aleksander Teliga. Gran y sutil actuación la del Cor del Liceu.