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Bruno Oro cuestiona con ironía las virtudes de la vida eterna en 'Inmortal'

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Eduardo de Vicente

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La ciencia avanza a tal velocidad que, según los cálculos de algunos científicos, dentro de pocos años se habrá vencido a la muerte. De hecho, se atreven a asegurar que el primer hombre que lo conseguirá ya ha nacido. Pero, ¿hemos pensado en las consecuencias que puede traernos la vida eterna? A partir de esta inquietante premisa, Bruno Oro orquesta su nuevo espectáculo, Inmortal, que nos hacen plantearnos esa insólita posibilidad.

El escenario está ocupado por un pequeño puf y unas cortinas que puede atravesar sobre las que se proyectan imágenes y, detrás, los útiles necesarios para ir cambiando de vestuario, como hace frecuentemente. Poco después nos descubre que un padre le está pidiendo a su hijo que se tome una pastilla que le proporcionará la inmortalidad y, progresivamente, vamos averiguando los efectos secundarios de esa decisión.

Las relaciones familiares se ven alteradas

Para empezar, el concepto “muerte” se irá olvidando y habrá que explicarle a los más jóvenes lo que era, los hijos puede que no se marchen de casa hasta que cumplan los 345 años, las herencias serán cosa del pasado y las relaciones de pareja resultarán alteradas, no será fácil compartir la vida con la misma persona 200 años o más cumpliendo lo que ya se denomina “las bodas de uralita”. La familia es la primera afectada por el cambio vital. Para ello, el camaleónico actor se transforma en un padre, un hijo, una esposa y esto no ha hecho más que empezar.

En la siguiente escena se desdobla en los diversos pasajeros del metro que comentan la superpoblación o que las hipotecas duran siglos. La misma muerte hace acto de presencia convertida en una vieja diva olvidada que está en el paro y solo encuentra consuelo hablando telefónicamente con un chico que pretende que cambie de compañía de suministros.

¿Cómo serán las terapias de grupo?

A continuación somos testigos de una original terapia de grupo en la que descubrimos que las funerarias se han hundido y, entre otros tipos deprimidos, conocemos a un futbolista que está hundido en la miseria porque Messi sigue en activo y no hay manera de acercarse a sus registros y a otro que le da por coleccionar recuerdos y, claro, después de tantos años ya no hay casa lo suficientemente grande para acogerlos.

El fragmento más hilarante es el que se centra en la religión. Los humanos han perdido el miedo a la muerte y se han convertido en auténticos dioses. Un ejecutivo publicitario plantea a los máximos responsables de la Iglesia sus ideas para dar la vuelta a la situación y conseguir vender las ventajas que ofrecen para que deseen morirse o, al menos, recuperar la fe. Sus propuestas, a cual más disparatada y estrambótica, provocan que, al menos, el público se muera… de risa.

Además de un gran actor, Bruno Oro es un músico excelente como ya ha demostrado en múltiples ocasiones, aquí vuelve a mostrarnos sus dotes en una selección de canciones que un hombre interpreta a la mujer a la que no ha olvidado. No canta tan virtuosamente como podría porque no lo pretende, su intención consiste en que la combinación de los fragmentos escogidos provoquen nuestra sorpresa.

Los personajes se apoderan del actor

El tramo final es la mejor prueba de su talento, parece haber enloquecido y sus personajes se van intercalando a gran velocidad, ha perdido el control, se mezcla con el público, la confusión se ha apoderado de él y ya no sabe ni quién es. Es una escena vertiginosa que, para apreciarse en su totalidad, casi debería verse en cámara lenta. Apoteósico.  

Poco más de una hora después del inicio Bruno Oro ha probado otra vez que hay vida más allá de Poloniay reconocemos que el texto de Marc Angelet y Alejo Levis, los autores de Life spoiler, ha exprimido al máximo la propuesta inicial sacándole un partido casi inmejorable. No solo nos ha provocado carcajadas sino que también nos ha hecho pensar. ¿La vida eterna? Casi mejor dejar las cosas como están.