CRÓNICA DE CONCIERTO

Con Mahler y Dudamel al cielo

El director venezolano vuelve a enamorar interpretando al compositor bohemio en su regreso al Palau

Gustavo Dudamel, en el Palau de la Música

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Pablo Meléndez-Haddad

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El segundo programa dirigido por Gustavo Dudamel en la inauguración de la temporada de Palau 100 contó con la presencia de la alcaldesa de la ciudad, Ada Colau, quien se unió a los vítores que saludaron la entrega de la Mahler Chamber Orchestra. Y si el martes el director venezolano impresionó por su introspección ante la Quinta Sinfonía de Schubert y por el dramatismo con el que acentuó la Cuarta de Brahms, el miércoles abundaron la chispa y el efectismo en la Tercera de Schubert y la Cuarta de Mahler.

Dudamel convirtió la poco programada obra de Schubert en un ejercicio de estilo; la sinfonía mira a Mozart y Haydn y no reviste mayor interés en una época en la que ya se había impuesto Beethoven, pero le brindó los acentos precisos para reivindicarla. Después de exhibir buena comunicación interna, el pastoril segundo movimiento dio paso a un dancístico Dudamel –al venezolano se le iban las piernas–, para rematarlo todo a una velocidad de vértigo en un magistral Allegro en el cual encajó brillantemente la estructura arquitectónica de la pieza.

La Cuarta Sinfonía de Gustav Mahler confirmó que la Mahler Chamber de cámara solo tiene el nombre. Con más de 80 atriles, el conjunto sacó brillo a esta obra casi programática en la que la infancia se transforma en protagonista. Por lo mismo sobraron esas cotas ensordecedoras, aunque el espectáculo es algo inherente a las maneras de Dudamel. En el movimiento pausado –Tranquilamente, sin prisas– brilló el concertino con frases bien coloreadas. Todo se cargó de emoción con el Adagietto, aun cuando le sobraron decibelios al corno inglés. A partir de entonces, Dudamel abrió la caja de Pandora y estalló un Mahler extrovertido. El inmenso Lied “Das himmlische Leben” ( “Das himmlische Leben”“La vida celestial” del ciclo Des Knaben Wunderhorn que pone punto final a la obra estuvo a cargo de la soprano sudafricana Golda Schultz, de voz suficientemente angelical.