crónica

Dudamel embruja el Palau de la Música

El director venezolano arrancó un sonido suntuoso a la Mahler Chamber Orchestra en el inicio de la temporada grande del espacio modernista

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Pablo Meléndez-Haddad

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La temporada grande del Palau de la Música Catalana, Palau 100, se inauguró el martes con el primero de los dos conciertos encargados al carismático director venezolano Gustavo Dudamel, titular de la Filarmónica de Los Angeles y de la Simón Bolívar de Venezuela, aunque en esta ocasión la visita al Palau la ha efectuado de la mano de uno de los conjuntos más admirados de la actualidad, la Mahler Chamber Orchestra, para algunos, incluso, una de las mejores orquestas del mundo en su género. Este comienzo de curso llenó el auditorio modernista hasta la bandera contando con poca presencia institucional, aunque no quisieron perderse a Dudamel y los suyos ni la secretaria general de Cultura, Dolors Portús, ni Joan Subirats, comisionado de Cultura del Ayuntamiento de Barcelona, ni tampoco Jordi Martí, gerente del ayuntamiento.

Una vez más, Gustavo Dudamel no defraudó. El Palau ha vuelto a estrechar lazos con el músico confiándole dos programa en días consecutivos -con él también revisó la integral de las sinfonías de Beethoven en marzo del 2017 en cinco maratonianass veladas- consiguiendo, el pasado martes, un sonido suntuoso de la Mahler Chamber, con tintes alegres pero sin descuidar el espíritu neoclásico que subyace en la 'Quinta sinfonía' de Schubert que abrió el programa, concebida cuando el compositor contaba 19 añitos. La extraordinaria madera se lució desde el primer movimiento, subrayando esa mirada trasnochada al estilo galante que rememora el segundo movimiento. El 'Menuetto', contrastadísimo y con aires de scherzo, impuso sonrisas en el público y, más que de pulcritud y de limpieza, que también, Dudamel impregnó la última parte de una energía luminosa y vibrante.

Versión antológica pese a los móviles

Pero el acento más dramático -por teatral- llegó de la mano de la 'Cuarta' de Brahms, con el conjunto ampliado hasta los 60 efectivos. De memoria y con gesto claro, el director impuso una versión antológica a pesar de haber sido interrumpido en dos ocasiones por teléfonos móviles. Antes del segundo movimiento Dudamel esperó más de lo normal hasta que se acallaran las toses, pero cuando la trompa, toda solemne, exponía el tema, el primer móvil lo obligó a parar la orquesta en seco para recomenzar después de alguna mirada de odio. Una pena y una vergüenza, sobre todo porque la escena se repitió al acabar el 'Andante', pero, ya se sabe, cuando el Palau se llena de un público que más que nada quiere hacerse ver, escenas lamentables como estas suelen repetirse. Pero Dudamel no se amilanó, sino todo lo contrario, sacando punta a la despedida del género sinfónico del padre Brahms con un metal impresionante que brilló tanto en el 'Andante' como en el 'Allegro' final, momento que alcanzó los pasajes que movieron más emociones sin perder de vista una de las marcas de fábrica del venezolano: él sabe crear espectáculo. Lleno de luces y sombras, impuso felices contrastes de agógica y de volumen moldeando a su gusto esta obra fundamental con ese final tan romántico pero que mira al barroco cara a cara.

A pesar de su habitual generosidad, en esta ocasión Dudamel evitó regalar propinas, quizás para evitar que el público se marchara a casa con un sabor diferente al que deja en el cuerpo la obra maestra de Brahms.