FIRA DEL TEATRE AL CARRER
Tàrrega ovaciona el maravilloso arte pictórico de 'La tortue de Gauguin'
Imma Fernández
Periodista
Imma Fernández
Poesía, arte, magia y crítica. FiraTàrrega ha empezado esta edición pintando muy bien. Abrió la cita, el jueves, el maravilloso retablo ‘La tortue de Gauguin’, de la francesa Compagnie Lucamoros. Una preciosa reivindicación del arte pictórico ajeno al mercantilismo, y en particular el de las culturas indígenas, a partir de la creación efímera y en directo de retratos, mosaicos y figuras que encandilaron al público. Se inició el colorista montaje, en el Parc de Sant Eloi, con la voz de la narradora reclamando silencio. Silencio para poner fin a las palabras, los cotorreos y los estridentes bullicios vomitados por las pantallas tecnológicas. Primer ¡zasca! de la obra.
Algunos niños –se ven muchos por las calles de la localidad y en los espectáculos- no pudieron acallar su admiración por lo que veían sus ojos. Sobre una estructura vertical de nueve metros, compartimentada en seis habitáculos a modo de retablo –y de pisos ‘colmena’ para actualizar la comparación- seis virtuosos artistas iban construyendo la dramaturgia visual: pintaban las obras tras ventanas de plástico, las exponían y al minuto las destruían tras los ‘ohhh’ exclamatorios. La poesía verbal acompañaba las creaciones. “Hay miradas pintadas que duran más que un selfi”, decía la narradora mientras aparecía un antiguo retrato de El Fayum. Luego asomaron una iglesia románica, caballeros medievales luchando contra la muerte; mosaicos y músicas tribales… Y se explicó el título: aquella tortuga de las lejanas islas Marquesas sobre cuyo caparazón quiso pintar Gauguin y que quizá aún permanece, lejos de la avaricia de los especuladores. Al final, una lluvia (artificial), bajo el estrellado cielo, se llevó consigo las pinturas y descargó los aplausos y las ovaciones. Fantástica apertura.
Arrodillados
También ovacionados acabaron los tristes ejecutivos cabezudos de la compañía polaca Teatr Kto, con otro mensaje contra el mercantilismo y la deshumanización. Dejaron claro, en el montaje itinerante ‘Peregrinus’, que el mundo de esos tipos de traje, corbata y maleta, extrapolable a muchos otros sectores, es para echar a correr. Ellos, los actores, representantes de esa clase social robotizada, también corrieron. Arrastraban grandes maletas y enormes cabezones de látex, con mueca de pena y resignación -y ellas con sexis taconazos-, y se iban parando para recrear a través del teatro gestual, coreografías y mucho humor, sus rutinas diarias. Criaturas infelices, borregos, pelotas, sumisos, machistas…, arrodillados frente al poder tiránico de turno, que han hecho del trabajo su vida. Así es este siglo XXI.
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