EL ANFITEATRO

Un ángel de fuego en el '13, rue del percebe'

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Rosa Massagué

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‘El ángel de fuego’ es una ópera extraña y difícil de ver. Ni siquiera su autor, el compositor Serguéi Prokófiev, que también escribió el libreto, llegó a verla representada. El Festival de Aix-en-Provence ha estrenado una nueva producción que firma el polaco Mariusz Trelinski, excesiva y escasamente iluminadora de una historia que por sí misma ya está sobrecargada de elementos mágicos, demoníacos y de grandes obsesiones que se desarrollan en mundos tantos reales como imaginarios.

Esta ópera se estrenó en versión de concierto y en francés en 1954, un año después del fallecimiento de Prokófiev. La primera versión escenificada subió al escenario de La Fenice de Venecia, en 1955, con una puesta en escena de Giorgio Strehler. Sus representaciones a partir de entonces han sido escasas aunque en los últimos años ha habido una especie de ‘revival’ de la ópera, bien merecido, como demuestra su aparición en el festival provenzal.

El compositor ruso basó esta obra en la novela del escritor simbolista Valéri Briúsov. La obra literaria es una descripción de un triángulo amoroso entre el propio autor, la poetisa simbolista y aficionada a rituales de magia y ocultismo, Nina Petrovskaya, y el también poeta Andreï Biély.

En la ópera este triángulo lo definen Renata, una joven que tiene extrañas visiones, obsesionada con el satánico Madiel que identifica con una figura que dice habérsele aparecido a los ocho años como un ángel de fuego, por el que siente una atracción verdaderamente fatal; Heinrich, personaje que no aparece físicamente en el escenario y que la muchacha cree que es Madiel, y Ruprecht, un caballero que se enamora, también obsesivamente, de la joven a la que intenta salvar de sus demonios, naturalmente sin conseguirlo.

La acción transcurre en la Alemania del siglo XVI y entre los personajes secundarios aparecen el alquimista y mago de la kábala que realmente existió, Agrippa von Nettesheim, un librero y médico esotérico, Fausto, Mefistófeles y un inquisidor-exorcista. Toda la historia lleva al trágico final de la protagonista. Recluida en un convento, ha contagiado a las demás monjas con sus alucinaciones. La llegada del inquisidor para exorcizar los demonios desata la violencia de las monjas y le acusan de ser el diablo hasta que aquella autoridad religiosa decreta que Renata debe ser quemada.

La historia es realmente oscura. Trelinski, director del Teatro Wielki - Ópera nacional de Polonia, la hace más oscura todavía, tanto metafórica como realmente hablando (la iluminación parece estar diseñada para no ver). Trasladada a una actualidad rancia, el escenario muestra el interior de un edificio con sus pisos y sus habitaciones en cada piso, un recurso utilizado frecuentemente que si en algunos casos está justificado y funciona, en este no tiene mucho sentido. Y un gran inconveniente. El tercer piso apenas se utiliza y la estructura de este ‘13, rue del percebe’ del ocultismo y las obsesiones diseñada por Boris Kudlicka, es tan grande que va en detrimento de las voces que no se proyectan en toda su extensión y llegan mal al público.

La soprano Ausrinè Studyntè, que es la Renata de referencia en estos tiempos (ha paseado con gran éxito el papel por Lyon, Múnich y Zúrich, entre otros) con una presencia física y vocal casi permanente en el escenario es la más afectada negativamente por la disposición de la escenografía, más allá de su gran entrega actoral. Junto a Studyntè, el barítono Scott Hendricks era Ruprecht.

Trelinski se toma muchas licencias. Algunas risibles como la multiplicación de figurantes como Agrippa o los tres jóvenes a lo Elvis Presley con sus guitarras; otras molestas, como la aparición de un personaje vestido de tirolés que va sacando fotos con flash o la figura de una ‘drag queen’ que deambula por el escenario, y otras que atentan directamente al libreto. La peor es la conversión del último y dramático acto, el del exorcismo y la condena a muerte de Renata, en una retrospectiva. Aquí no hay convento ni monjas. Lo que hay es un internado de niñas. Lo que según la historia que cuenta Prokófiev es una progresión hacia la muerte, aquí es el origen de cuanto ocurre después aunque vista así, la ópera se queda sin final.

La partitura de Prokófiev es un gran ejercicio de perfecto ensamblaje entre música y situación dramática. Los cambios, si se trata de las escenas de alucinaciones o las digamos ‘normales’, son musicalmente muy marcados y muy ricos. Es una partitura expresionista con ‘leitmotivs’ muy definidos para cada uno de los personajes. Kazushi Ono, uno de los responsables de la recuperación reciente de esta ópera, dirigía la Orquesta de París, y en el momento de los saludos recibió grandes aplausos. En realidad, la prestación orquestal fue lo mejor de la noche, con diferencia.

Ópera vista el 5 de julio.   

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