obituario

Muere Philip Roth, titán sin piedad de la literatura mundial

El autor de 'Pastoral americana' o 'El mal de Portnoy', azote de sí mismo y de los demás, fallece a los 85 años

Philip Roth posa en su casa de Nueva York, en 2010.

Philip Roth posa en su casa de Nueva York, en 2010. / ET/ES LIM

Elena Hevia

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Parece una humorada del destino, pero no debe ser casual que el mismo año en que el Nobel de Literatura sufre un severo descalabro en su prestigio, fallezca Philip Roth, considerado uno de los gigantes de la literatura universal, un titán ya sin premio. El autor de 'Pastoral americana', una de sus muchas obras maestras, ha muerto este martes a los 85 años en un hospital de Manhattan, en Nueva York, a causa de una insuficiencia cardiaca. Es como si el viejo león dijera calladamente con su desaparición que el Gran Premio de la Literatura Universal puede tener sus fisuras (que las tiene) pero lo que sigue siendo incontestable es su figura central y clave en la literatura norteamericana. Nobel 0. Roth 1.

La familia como prisión

Roth nació en 1933 en Newark, reducto judío (allí también nació Paul Auster), escenario de tantas de sus novelas, y fue el hermano menor de los dos hijos de los emigrantes Herman y Bess Roth, que habían llegado a Estados Unidos desde la Galitzia europea, una zona repartida entre Polonia y Ucrania. Él era un agente de seguros a quien su hijo definió como una mezcla de Willy Loman (el antihéroe de 'La muerte de un viajante') y el capitán Ahab. “Escucha, oh Israel, la familia es Dios. La familia es lo Único” era la ley en aquel hogar de clase media-baja, guiado con mano segura por la madre, un ama de casa de la vieja escuela, que hizo “de la limpieza una obra de arte”. Buena parte de la literatura del autor se circunscribe a ese círculo de amor (y de opresión) y a la desesperación con la que salió corriendo de allí.    

Macho alfa

Para describir la importancia de Roth hay que echar mano de adjetivos tamaño ‘king size’ como titánico, inmenso e, incluso, prodigioso. Empezó a escribir bajo la influencia de Saul Bellow, maestro reconocido, quizá con la intención de quitarle el cetro de mejor escritor judío. Habría que encontrar una cierta contrapartida poética en el hecho de que Bellow le robase una novia a Roth, Susan Glassman, y la convirtiese en la tercera de sus cinco esposas. De hecho, los temas de Bellow y de Roth -el ocaso del macho, la neurosis, la mirada picaresca, el miedo a las mujeres, o la crítica a la identidad judía- no son tan distintos. El gran dúo de machos alfa de la literatura de los años 60 y 70, se completa también con John Updike y, en contadas ocasiones, se deja subir al podio al  testosterónico Norman Mailer.

Gracias, 'herr' Freud

“Si no me hubiera psiconalizado no habría escrito ‘El mal de Portnoy. Ni tampoco me parecería a mí mismo. Probablemente, la experiencia del psicoanálisis me resultó más útil como escritor que como neurótico”, explicó el autor a Hermione Lee en la icónica entrevista de la revista 'The Paris Review'. Portnoy, tremendamente parecido a Roth, era el protagonista de su tercera novela que hizo soltar espumarajos a los rabinos. Uno de ellos dijo que era mucho más peligroso que ‘Los protocolos de los sabios de Sion’, el gran libelo antisemita, y es que el libro, un monólogo enloquecido plagado de obscenidades, ostenta el raro honor de contar con más masturbaciones por número de páginas en la historia de la literatura

"Si no me hubiera psicoanalizado no habría escrito 'El mal de Portnoy. Posiblemente esa experiencia me resultó más últil como escritor que como neurótico"

Philip Roth

Desprecio a uno mismo

La etiqueta de judío que odia a los judíos le persiguió de por vida y aunque al principio le agobiara, acabó adoptando ese lema con orgullo, llevándolo al siguiente nivel, sencillamente el de escritor norteamericano. "Philip Roth es el judío que se masturba con un pedazo de hígado, lo cual le permite ganar un millón de dólares", dijo de sí mismo. No hay complacencia en ninguno de los retratos bajo los que se escondió en un juego de espejos ya fuera como Alexander Portnoy, como Zuckermann -el personaje con el que atravesó la década de los 80- como David Kepesh o como el mismísimo Philip Roth, convertido también en personaje metaliterario. “La literatura no es un concurso de belleza moral”, resumió.

‘Cherchez la femme’

Atractivo y magnético, Roth agradaba a las mujeres, pero las relaciones en las que se embarcó, turbulentas y violentas, acabaron siendo un desastre para su vida y un importante semillero para la literatura. De la convivencia explosiva con su primera esposa, Margareth Martinson, surgieron varios libros como ‘Cuando ella era buena’ y ‘Mi vida como hombre’. Con la segunda, la actriz británica Claire Bloom, se desquitó con la novela ‘Me casé con un comunista’. Lo cierto es que ella antes lo había puesto de vuelta y media en sus memorias mostrándolo como un ser mezquino, paranoico y beligerante. Con sus odiosos retratos femeninos no es extraño que las feministas más literales, las que creen que la ficción se debe atener a la corrección política, le odien.

El humor, el humor

A los biempensantes les costó mucho captar la muy judía capacidad de Roth de trastocar la tragedia en risa. Una prueba de ello es la trilogía de novela escritas en los 70, a cual más extravagante: 'Nuestra pandilla', una sátira en la que tiraba con bala contra Richard Nixon; 'La gran novela americana', una rareza sobre beisbol, y 'El pecho', sobre un hombre que se convierte en un enorme pecho de mujer (sí, como en la película de Woody Allen 'Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo…', que curiosamente es del mismo año que la novela). 

Conejito Duracel

Parece fácil pero en sus 30 libros, resultado de trabajar incansablemente "por la mañana y por la tarde un día tras otro", no cabía la decadencia. No muchos lo logran. Roth empezó siendo muy bueno, luego pasó a ser interesante y a mediados de los 90 sufrió una prodigiosa evolución. En la época en la que otros se jubilan -él lo hizo realmente como profesor de literatura- empezó a sumar una tras otra novelas a cual mejor a velocidad supersónica. Ahí se sitúan 'Pastoral americana' -o la cara oscura del sueño americano- o 'La mancha humana'. Más tarde, bien cumplidos los 70, abordó cuatro novelas breves y elegiacas en las que era difícil reconocer al polémico 'enfant terrible' que fue.

El final

Dos años después de publicar su última novela, 'Némesis' (2011), anunció que ya no le quedaban energías para gestionar la frustración que acompaña a la creación literaria y, ante el pasmo general, porque no había dado muestras de decadencia creativa, decidió echar el cierre. Un año más tarde, preguntado en una entrevista por Idoya Noain en este periódico sobre su mayor preocupación, dejó su bromas para concretar: "La muerte". "Intento no pensar en la muerte -dijo- pero está más cerca de lo que ha estado nunca y se acerca más cada día que pasa. Solía asustarme mucho, sobre todo cuando me acostaba por la noche. Pero cuando llega la luz, el día... Con luz no puedes morir. Ahora, sin embargo, me llega que sí puedes. Y me llega por el hecho de que todos mis amigos han muerto. No hay nada que te convenza más de la muerte que la muerte de tus amigos. Conforme vas a sus funerales te haces a la idea. Mi agenda es un cementerio. Todos los nombres están tachados. Igual queda uno... Entonces, le llamo, le pregunto si está bien, y le digo que beba algo de zumo de naranja".