CRÓNICA
Sokolov, el genio siempre vuelve
El carismático pianista ruso deslumbró al Palau con obras de Haydn, Schubert y seis generosas propinas
Misterioso y extremadamente tímido, Gregory Sokolov (San Petersburgo, 1950) volvió a dejar la huella de su maestría en su 11ª aparición en el ciclo Palau Piano. Su visita se convierte cada año en una cita obligada para los melómanos que siguen, con una fidelidad indestructible, las actuaciones del que es uno de los pocos mitos vivientes del piano. El intérprete ruso es un genio que consigue que la recreación de las obras del extenso repertorio que domina se transforme en una experiencia casi religiosa. Cada una de sus memorizadas partituras de los grandes compositores que figuran en su programa se convierte en un momento irrepetible de diálogo con la esencia de la música. El espectador se siente tan partícipe como el solista de tan íntima conexión.
Todo eso volvió a repetirse en el apoteósico recital de la fría noche del miércoles en el recinto modernista. Sokolov, con ese sonido pulcro y sin artificios que va directamente a la médula creativa, volvió a sentar cátedra ante un público experimentado en el seguimiento de sus conciertos y otro primerizo, que acudió a la velada para descubrir el milagro musical de cada una de sus interpretaciones. Unos y otros (entre los que se encontraba Jordi Savall, recién llegado de su gira por Australia y Nueva Zelanda) salieron del Palau con la sensación de haber vivido una experiencia única.
Todo comenzó, como siempre, a media luz. A Sokolov el único foco que le interesa es el que tenga que ver con la proyección de la verdad interpretativa. Nada que ver con esas mediáticas estrellas del circo pianístico que utilizan todos los efectistas recursos comunicativos para ponerlos al servicio de la espectacularidad. La belleza mística que emerge de la profundidad musical es el arma principal de un maestro que parece decir: "Cierren los ojos y concéntrense en lo que quiso decir el compositor". Pasado por su personalísimo tamiz, claro está.
Pletórico
Pletórico de energía, entrega y generosidad llegó a ofrecer seis propinas, algo así como un segundo concierto de media hora. El artista acabó siendo despedido con bravos y gritos de "gracias", incluso en ruso, de una sala enardecida. En ese 'set' final brillaron los pasajes de dos obras de Chopin, especialmente el 'Preludio, opus 28' que expresa el dolor que provocaba la lluvia de Valldemosa en el autor. Sokolov también ofreció piezas de Rameau, Scriabin y Griboyédov.
Antes de llegar a esta fiesta final, el pianista había abordado en una intensa primera parte tres sonatas de Joseph Haydn en modo menor empezando por la 'Hob, XVI: 44', expuesta con prodigiosa técnica y riqueza de contrastes. Una maravilla, aunque donde estuvo deslumbrante fue con los cuatro 'impromptus', de Franz Schubert. Una 'delicatessen' en manos del intérprete, que tuvo su mejor expresión en las abrumadoras variaciones sobre un tema de 'Rosamunde' del tercer 'impromptu'. Sokolov no pronunció ni una sola palabra y dejó que hablara solo la música. ¡Qué grande!
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