CRÓNICA DE ÓPERA

Anodino 'Romeo y Julieta' en el Liceu

La fresca y radiante Aida Garifullina y un irregular Saimir Pirgu destacan en un montaje carente de tensión dramática

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César López Rosell

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Hubo que esperar al final para que la tragedia de los amantes de Verona acabara manifestándose en toda su plenitud. La gran carga emotiva de la muerte de Romeo y Julieta,  expresada en el aria ‘Consolé-toi, pauvre âme’ con ambos abrazados en el panteón de los Capuleto, fue recibida con alivio tras un anodino y tedioso desarrollo de los primeros actos del montaje de Stephen Lawless carentes de la tensión dramática que requiere la obra de Charles Gounod, basada en el texto de Shakespeare. Aun así, el Liceu aplaudió a los protagonistas, pero sobre todo a Aida Garifullina.

El cristalino, fresco y siempre controlado timbre de la soprano tártara, idóneo por su edad (30 años) y fuerza expresiva para encarnar a la heroína, fue lo mejor de una noche lastrada por una puesta en escena a la que le costaba arrancar. La cantante, apadrinada por Plácido Domingo (ganó su concurso Operalia) y por Valery Gergiev, exhibió las cualidades que le han llevado a ser una de las futuras estrellas de la lírica. Está por ver si será la nueva Netrebko, como apuntan algunos, porque eso depende de la correcta administración de su instrumento vocal, pero de momento progresa adecuadamente.

En su debut en el Gran Teatre convenció por la seguridad y sensibilidad que transmitió tanto en los momentos de ingenuidad de su personaje como en los de mayor exigencia dramática y canora. Desplegó su bella coloratura en la mejorable aria/vals ‘Je veux vivre’ y se ensambló bien en los largos duetos con Saimir Pirgu (Romeo), aunque no siempre funcionó la química entre ellos.

Guerra de secesión norteamericana

El ascendente tenor albanés, de 36 años, tiene un buen color de voz pero empezó inseguro. En la ensoñadora aria ‘Ah, léve toi soleil’, la mente del público se trasladó, sin necesidad de ir a los años gloriosos de Kraus, a las recientes versiones de Flórez o Beczala. Le costó también hacerse oír en la dulcísima ‘Va! Repose en paix sommeille!’, pero fue mejorando hasta alcanzar su nivel más alto en los dos últimos actos. Del discreto reparto de secundarios destacaron el Mercutio de Gabriel Bermúdez, la presencia escénica y buen timbre de David Alegret (Tybald), Susanne Resmark (Gertrude), Tara Erraught (Stéphano), Nicola Ulivieri (un convincente Frère Laurent), Rubén Amoretti (cabeza de familia de los Capuleto) y Stefano Palatchi (Duque de Verona). Josep Pons, al frente de la orquesta, ofreció una versión refinada de la partitura orientada a resaltar los cromatismos de la obra con momentos muy logrados. Estuvo, eso sí, muy atento a no sobrepasar con la sonoridad orquestal a las voces. El coro cumplió, luciendo en en las escenas de la fallida boda de Julieta con Paris (Isaac Galán).

Lawless recrea la acción en la guerra de secesión norteamericana. El vestuario y artilugios como las tiendas de campaña intentan proyectar una visión de la trama en los tiempos de ‘Lo que el viento se llevó’, pero la idea de equiparar la lucha de esos bandos con la de los enfrentamientos de Montescos y Capuletos se disuelve como un azucarillo. La mente del espectador se centra rápidamente en el peso del drama de los amantes desgraciados y se olvida de innecesarios inventos. Lo mejor es la ubicación del marco escénico en un cementerio, con paredes llenas de tumbas. Es un buen recurso para simbolizar la omnipresencia de una muerte anunciada. Sobran elementos cursis como la estatua de Cupido y poco trabajadas acciones de esgrima, y falta violencia, odio y sangre en la pugna entre contrarios. Una lástima porque con los mimbres disponibles se podía haber construido un mejor cesto.