CRÍTICA DE CINE

Crítica de 'La forma del agua': emociones, rostros y tecnología

Director cinéfilo, Guillermo del Toro plantea una forma entre clásica y moderna de seguir cultivando el género

Quim Casas

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Dirimir el interés de 'La forma del agua' en si es un cuento de hadas o un relato de zoofilia parece, teniendo en cuenta quien es su director, un ejercicio un tanto estéril. Fascinado por los universos acuosos y húmedos de H. P. Lovecraft, autor que desarrolló particulares criaturas marinas y submarinas en sus historias de terror, Guillermo del Toro ha planteado en varias de sus películas aspectos que reencontramos aquí. Quizás ahora sea más frontal, pero la fascinación por lo anómalo, la deformación y la mutación, y el choque entre nuestro mundo y estas criaturas sobrenaturales, ya estaba presente, en mayor o menor medida, en títulos como 'Mimic', 'Hellboy' o 'El laberinto del fauno'.

Del Toro es un director cinéfilo. Su registro admirativo resulta amplio y es evidente que extrae ideas de autores de lo más diverso. Pero nunca ha hecho un cine mimético o manierista. 'La forma del agua' posee su poesía personal, algo saturada en la historia de amor entre la joven muda que limpia en un laboratorio y la criatura anfibia recluida en una de sus cámaras y torturada por uno de sus captores. Michael Shannon, como el violento guardia, muestra que el lado amable de las cosas nunca estará hecho para él, ni para su físico ni para su registro, tan bien explotados en las películas de Jeff Nichols o en la serie 'Boardwalk Empire'. Doug Jones, como la criatura, enseña una vez más la gestualidad de un cuerpo del que nunca vemos la cara: ya fue anfibio también en 'Hellboy' y el fauno del laberinto.

Una historia de amor

En un cine tecnológico pero de textura mucho más analógica, porque ese es el estilo en el que mejor se maneja Del Toro, el de 'Cronos' y 'Mimic' antes que el de 'Pacific Rim', el cuidado con los actores es fundamental. Posiblemente nada funcionaría de la misma forma de no contar con estos dos actores y con la actriz Sally Hawkins, cuya candidez y optimismo, representados ya en muchos otros filmes, resultan modélicas para empatizar con un personaje frágil que toma decisiones valientes. Y sin esto, la historia de amor que propone 'La forma del agua' se quedaría en tierra de nadie. Los rostros ganan a la tecnología.

Estamos por supuesto en el terreno de la Bella y la Bestia y de King Kong. Pero aquí el sentimiento es, inicialmente, inverso: es la mujer la que se enamora de la bestia. Ambientada durante la guerra fría, con científicos y agentes soviéticos infiltrados en la base estadounidense para conocer mejor la relevancia de esta criatura singular, 'La forma del agua' bascula del cuento fantástico al relato de espionaje, de la aventura contenida al drama desatado (la secuencia en la que se inunda el piso de ella es muy convincente en este sentido). También reverberan ecos de clásicos de la serie B fantástica como 'La mujer y el monstruo', sobre otra criatura anfibia enamorada de una mujer. Hay una cierta nostalgia por otros tiempos, pero a diferencias de los cineastas melancólicos, Del Toro la utiliza activamente para, siendo fiel a sus ideas, plantear una forma entre clásica y moderna de seguir cultivando el género.