Rufus Wainwright, belleza convulsa en Pedralbes
El músico canadiense abrió el festival con un álgido recital en solitario en el que contó con el guitarrista Pau Figueres como invitado en una pieza
Jordi Bianciotto
Periodista
JORDI BIANCIOTTO / BARCELONA
Apuesta segura, tan clásica como moderna, la del Festival de Pedralbes para la apertura, este lunes, de su quinta edición: Rufus Wainwright, solo al piano (y la guitarra), garantía de recitales vibrantes, distinguidos, con sentimiento y humor, una voz reluciente y uno de los repertorios más álgidos del cancionero contemporáneo. En fin, Rufus sigue mandando, aunque echemos de menos un nuevo disco pop y un concierto con banda (el último en Barcelona, en sala, se remota a una década atrás).
El material de sus primeros cuatro discos sigue siendo un colchón sólido y a él acudió para establecer los andamios del concierto, comenzando por ‘Grey gardens’ y ‘Vibrate’. Entre ambas, el canadiense, con su punto de graciosa informalidad, se levantó para desplazar un atril unos centímetros. “No quisiera que nadie se traumatizara por no poder verme la cara”, bromeó. A sus espaldas, la fachada del Palau Reial, que le recordaba, dijo, la Casa Blanca. “Me da un poco de miedo. Ya saben, Trump… Perdonen”, añadió antes sumergirse en el océano de arpegios de ‘Les feux d’artifice t’appellent”.
BOICOT FALLIDO
Virtuoso y espectacular al piano, Rufus siempre ha sido más limitado con la guitarra, que rascó con ímpetu en ‘Out of the game’. Aunque con las seis cuerdas tendiera a cierta rusticidad, su voz arrolladora lo compensaba. Recuperó ‘Gay Messiah’, una canción que le valió protestas en San Remo. “Montaron una manifestación a la que fueron cinco personas”, relató con ironía, deleitándose con el sobrenombre que le dedicaron algunos medios italianos: “¡Rufus, lo scandaloso!”.
El Wainwright profundo, con sus divagaciones sobre el arte, la identidad sexual o el convulso vínculo con la figura paterna, se manifestó en esas composiciones caudalosas, del relato con pliegues góticos de ‘The art teacher’ al desnudo emocional de ‘Dinner at eight’. Y en una canción que no es suya pero que interpretó como si lo fuera: ‘I’m going in’, de la desaparecida Lhasa de Sela. Barbilla alzada, balanceando la cabeza con los ojos cerrados. El último disco, de sonetos de Shakespeare, solo aportó una pieza, ‘A woman’s face’.
La canción ‘Barcelona’ no suele figurar en sus repertorios, pero la interpreta a veces cuando nos visita. En Pedralbes la rescató con el plus de refinamiento que aportó la guitarra invitada de Pau Figueres. Y entre ‘Beauty mark’ y un ‘Candles’ ‘a cappella’, presentó una canción nueva de solemnes contornos, ‘Sword of Damocles’. “Mi respuesta a lo que está pasando en América”, indicó, camino del desenlace de la noche con ‘Cigarettes and chocolate milk’ y un bis que trajo ‘Going to a town’, la versión de ‘Hallelujah’ (Cohen) y ‘Poses’, trazos de belleza con un fondo oscuro en la apertura de Pedralbes.
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