CRÓNICA
El gran juego de Michel Legrand
El pianista y compositor francés viajó a sus clásicos para el cine en un recital enérgico y emotivo en el Palau
Jordi Bianciotto
Periodista
JORDI BIANCIOTTO / BARCELONA
Michel Legrand pudo haber encaminado sus pasos a consagrarse como brillante pianista de jazz, pero su instinto para crear composiciones de memorables melodías le dirigió hacia el paisaje de fantasía de las bandas sonoras para el cine. Mejor para todos, porque sus canciones siguen ahí, para siempre, y cualquiera puede revivirlas ya sea desde el jazz o desde cualquier otro enfoque. Como él mismo, que se lo sigue pasando bomba jugueteando en público con sus sugerentes evoluciones armónicas.
El músico parisiense, de 84 años, debutó en Barcelona, en el Palau (Festival Internacional de Jazz), tras más de 60 de carrera, que se dice pronto. Pues ya era hora. "La primera vez que estuve en España fue en Santiago, hace 30 años", recordó antes de ponerse a tocar, dirigiéndose al público en francés, como hizo toda la noche. Y en un pispás le tuvimos conversando, sonriente, en el lenguaje del jazz, "el paraíso de la improvisación", con Pierre Boussaguet (contrabajo) y François Laizeau (batería), y evocando a viejos amiguitos como Ray Charles y Miles Davis, de quien rescató una agitada cita a la banda sonora de 'Dingo', que cocinaron a medias y que fue, en 1991, la obra póstuma del trompetista. Ahí cantó Legrand con voz frágil pero llena de vida.
SWING Y SENTIMIENTO
Legrand con swing, recorriendo el teclado con una mezcla de clasicismo europeo y sentido del ritmo afroamericano, y Legrand sentimental y evocador en las grandes piezas para películas que recuperó buceando en la historia: ‘Las señoritas de Rocherfort', de la película de su cineaste fetiche Jacques Demy, el cautivador ‘leitmotiv’ melódico de 'Verano del 42' y aquel 'What are you doing the rest of your life?', de ‘The happy ending’ (‘Con los ojos cerrados’), envolviendo de melancolía el Palau.
Vimos al músico disfrutando de esas partituras doradas y repartiendo juego con sus músicos en ruedas de improvisaciones. Girando de repente la cabeza y sonriendo al público tras su solo vertiginoso como si hubiera hecho una travesura, y jugando con la pieza central de ‘Los paraguas de Cherburgo’: primero con sus contornos originales, luego con swing, y acercándose a la bossa nova, y cobrando forma de tango. Luciendo otra pieza de cabecera, ‘The windmills of your mind’, y volviendo a Cherburgo para despedirse de nosotros susurrando ahí la última estrofa de la canción, de cuando los amantes se dicen adiós a pie de andén en la escena final del filme. Fue un placer, señor Legrand.
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