CRÓNICA TEATRAL
Hábil pulso entre creencias y ciencia
'El profeta', de la compañía La Calòrica, sacude el Tantarantana con una punzante reflexión sobre la necesidad de creer
Imma Fernández
Periodista
IMMA FERNÁNDEZ / BARCELONA
Pasan los años, las décadas, y el ser humano sigue agarrándose a las creencias (sea la religión, la ciencia, la meditación o lo que sea) para no caer en el abismo existencial. Creer o no creer, esta es la cuestión que La Calòrica plantea en 'El profeta' (Teatre Tantarantana), un brillante pulso entre visionarios y escépticos; entre ciencia y fe, que firma como creación colectiva sin el concurso de su habitual dramaturgo Joan Yago y con el director Israel Solà al frente. La compañía artífice de aplaudidas 'gamberradas' no exentas de compromiso como ‘La nau dels bojos’, L’Editto Bulgaro’ y ‘Sobre el fenomen de les feines de merda’ se ha puesto seria esta vez en sus formas en un montaje que atrapa al espectador con una muy hábil y ágil dirección que engarza con extrema precisión y claridad tres pequeñas historias –con tres personajes cada una– que acontecen en épocas distintas.
Asistimos al desconsuelo de una joven huérfana a la que se le aparece el hijo de Dios en la capilla del pueblo, en 1915, frente a la feroz incredulidad de su hermana y el párroco; viajamos al hospital de Ciudad del Cabo (Suráfrica) donde en 1968 el visionario Christiaan Barnard porfía por pasar a la historia con un ‘milagro’ científico: el primer trasplante de corazón humano, y llegamos a nuestros días con una mujer enferma de cáncer en fase terminal que huyó de un centro hospitalario de EEUU para probar terapias alternativas y reaparece sana al cabo de seis años. Su hermano le da portazo por el dolor que le causó su desaparición, mientras despierta la curiosidad de la cuñada, que la pretende de conejillo de Indias para examinar su caso y racionalizar los hechos.
EXCELENTE REPARTO
El excelente trabajo del reparto –Aitor Galisteo-Rocher, Esther López y Júlia Truyol–, con sus mágicas transiciones y desdoblamientos marca de la casa, apuntala una función que se basta de tres puertas, una mesa y unos mínimos recursos de vestuario para que el espectador salte de relato en relato, de emoción en emoción, sin perder hilo. Lo facilita la claridad expositiva y concisión de unas historias que ponen el acento en cómo ser partícipe de cualquiera de esas creencias determina las relaciones con los otros.
La fascinación que despiertan hoy las nuevas espiritualidades y pseudociencias, y la crisis del razonamiento científico, señales de la necesidad de agarrarse a algo en este mundo a la deriva, inspiró esta pieza con final lapidario: “Es muy fácil creer en aquello que te gustaría que fuera cierto”. Lo que queda claro es que la compañía La Calòrica nos sigue dando razones para creer en ella.
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