CRÍTICA

'La gran apuesta': Otros lobos de Wall Street

QUIM CASAS

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{"zeta-legacy-despiece-horizontal":{"title":"'La gran apuesta'\u00a0\u2605\u2605\u2605","text":null}}Adam McKay, habitual compinche del comediante Will Ferrer, deja el cine más bárbaro para centrarse en una película de tesis económica. En su primera mitad participa de las ideas cómicas de anteriores filmes, más amortiguadas, y de un sentido de la puesta en escena igual de nervioso. Después se va calmando hasta convertirse en un alambicado relato sobre la quiebra del sector inmobiliario y el colapso económico que dio paso a la crisis de 2008.

La banca, los gobernantes y los medios de comunicación no salen muy bien parados. Se intuía lo que podía pasar, como manifiesta el extraño experto en inversiones que encarna Christian Bale. Expuesto sobre el tapete el tejemaneje de unos y otros, a algunos solo les queda esperar, a otros mover ficha y sacar la mayor tajada posible; a otros, arruinarse.

Estamos lejos de la claridad expositiva de Olivier Stone en 'Wall Street': aquí, el constante baile de cifras, números e inversiones acaba siendo mareante. En su complejidad, no bien resuelta del todo en cuanto a la exposición cinematográfica del discurso financiero, el filme de McKay está más cerca de títulos como 'Margin Call', de J. C. Chandor.

Pero el modelo más reconocible sería el del Scorsese de 'El lobo de Wall Street': ritmo acelerado, personajes dislocados y sin escrúpulos como el de Ryan Gosling, otros más sensatos como el incorporado por Steve Carell, toques de comedia negra, situaciones rocambolescas.

Produce Brad Pitt, quien se reserva un pequeño papel. Pitt es hoy lo que era Robert Redford en los 70, en los tiempos de 'Todos los hombres del presidente': el representante del ala izquierda de Hollywood. McKay pone un poco de sal en las heridas para que el discurso progresista no sea demasiado complaciente.