El 'Cellini' de Terry Gilliam en el Liceu deslumbra

El montaje de la ópera de Berlioz a cargo de fundador de Monty Phyton entusiasma al Liceu

Imagen de 'Benvenuto Cellini' en el montaje de Terry Gilliam en el Liceu

Imagen de 'Benvenuto Cellini' en el montaje de Terry Gilliam en el Liceu / FERRAN NADEU

CÉSAR LÓPEZ ROSELL / BARCELONA

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Exuberante, colorista, circense, barroca, irónica y muy espectacular. La versión que<strong> Terry Gilliam</strong>, fundador del grupo Monty Python, ha hecho de Benvenuto Cellini de Berlioz dejó anonadado al Liceu en el estreno de este domingo. La entusiasta y unánime acogida a la obra, manifestada con ocho minutos de ininterrumpidos aplausos y bravos especialmente calurosos para el director de escena y Josep Pons, dan fe del impacto que ha tenido este transgresor pero brillante espectáculo que puede convertirse en el hito de la temporada.

El delirante montaje, servido con un centenar de artistas en escena entre coros, acróbatas, malabaristas, bailarines, figurantes y componentes del reparto, marca el camino a seguir para mantener viva la ópera en el siglo XXI. En pleno debate sobre las fórmulas para renovar el género y conquistar a nuevos públicos, <strong>Gilliam</strong> da un paso al frente llevando la compleja pero luminosa pieza de <strong>Berlioz</strong> a un tratamiento humorístico inequívocamente ‘montyphytoniano’ en el que prima la adhesión al moderno musical pero sin traicionar el espíritu del compositor.

Es tan brillante la adaptación de Gilliam y su equipo que hasta da la impresión de que la partitura y libreto del romántico autor francés hayan sido escritas para él. Con razón durante el proceso de producción el director británico calificó tanto al escultor y orfebre renacentista Cellini, cuya vida es el eje de la obra, como a Berlioz de locos que juegan siempre al límite. Justo lo que él hace a la hora de narrar, con ritmo y una ajustada conexión entre el caos y el orden, esta estimulante historia, pero dejando siempre que fluya con naturalidad la innovadora partitura.

LA ORQUESTA Y EL CORO

La desbordante fantasía de Gilliam resulta contagiosa. La reforzada orquesta de la casa, magistralmente dirigida por Josep Pons, consigue que la fiesta no sea solamente visual sino que resplandezca la fuerza descriptiva de la música de Berlioz en un plausible equilibrio de elementos. Capítulo aparte merece el gran trabajo de Conxita Garcia con el coro, con espectaculares momentos como el del canto de los orfebres.

La acción se desarrolla dentro de un imparable carrusel. La pugna entre los artistas <strong>Cellini</strong> Fieramosca por el amor de Teresa y por hacerse con el encargo de una estatua de <strong>Perseo</strong> solicitada por el Papa Clemente VII, se desarrolla en el marco de las fiestas de Carnaval en la Roma de 1532, pasaje idóneo para desarrollar toda la orgía de imágenes del montaje. La aparición por el centro de la sala de un desfile de extravagantes personajes, con máscaras, acrobacias y lluvia de serpentinas sobre la platea, provocó los primeros aplausos de la velada.

Las coreografías en escena, con bailes, ejercicios de trapecio, juegos de magia y la pantomima del teatrillo de Cassandro, con ridiculizados personajes institucionales propios de la ‘commedia dell’arte’, animan una función que tiene más de un toque felliniano, como esa aparición del pontífice en lo alto de una escalera rodeado de una cinematográfica corte de romanos. Gilliam juega con imponentes estatuas, espejos y recursos audiovisuales, y, además de su buen control de los movimientos de masas, demuestra mucha sutileza para recrear los momentos de intimidad expuestos en situaciones como la del dúo amoroso del segundo acto.

EL REPARTO

John Osborn compone a las mil maravillas a Cellini. El tenor acreditó su dominio de este rol, resuelto con elegancia, pulida dicción y controlado ataque de los endiablados agudos. Su expresividad logró resaltar entre la marabunta de imágenes, lo que magnifica aún más su interpretación. Kathryin Lewew (Teresa) supo exponer la permanente angustia de su personaje. Estupenda su aria inicial, aunque algo falta de proyección, dio siempre el tono en las escenas más corales. Ashley Holland (Fieramosca) no pasó de la discreción y Maurizio Muraro (Balducci, padre de Teresa) fue de menos a más aunque a veces fue tapado por la orquesta. Hay que destacar a la soprano barcelonesa Lidia Vinyes-Curtis, que tuvo que adelantar su previsto debut como Ascanio para sustituir a una enferma Annalisa Stroppa, y, muy segura en escena, demostró que había asimilado las directrices de los responsables de este montaje absolutamente recomendable.