Al Pacino: «A veces he sentido la necesidad de huir»

El actor encarna en 'Señor Manglehorn' a un hombre atrapado por los recuerdos de un amor juvenil

Al Pacino estrena 'Señor Manglehorn'

Al Pacino estrena 'Señor Manglehorn' / GTRES

NANDO SALVÀ

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Tiene un puesto garantizado en el panteón de Hollywood, pero lo cierto es que llevaba casi década y media sin ofrecer una interpretación memorable. Con su trabajo en Señor Manglehorn, en la piel de un hombre atrapado por los recuerdos de un amor de juventud, Al Pacino (Nueva York, 1940) pone fin a la sequía.

-Su personaje en Señor Manglehorn vive reprochándose errores pasados y oportunidades perdidas. ¿Se reprocha usted algo?-Nada. Los reproches y el arrepentimiento me parecen inútiles, porque de todo cuanto hacemos, incluso de lo que desearíamos no haber hecho, podemos sacar cosas positivas. La edad, además, te reconcilia con tu pasado. Tenía un amigo que era tetraplégico, y al final de su vida me decía: «Al, no te preocupes por mí. Estoy bien. Tengo mis recuerdos y mi imaginación, y ahora soy capaz de entenderlo todo». Aprendí mucho de sus palabras. Ahora, en el pasado solo encuentro inspiración.

-¿Piensa a menudo en ello? ¿Se considera un nostálgico?-Me resulta inevitable, porque la prensa o la gente que me encuentro me preguntan por tal o cual película. Yo tengo muy mala memoria. He olvidado décadas enteras de mi vida. Por eso, hablar con la gente es como leer mi biografía. Y me encanta cuando alguien me dice: «Te conocí hace 10 años y fuiste muy amable conmigo». Me gusta dejar una huella positiva. Soy un buen tipo.

-Usted tiene tres hijos, ¿le resultó eso útil a la hora de sumergirse en las problemáticas relaciones familiares de Señor Manglehorn?-Que conste que soy mejor padre que Manglehorn. Cada vez tengo más ganas de estar con mis hijos, y supongo que por eso cada vez tengo menos ganas de trabajar. La mayor, Julie, es cineasta, y me encantaría trabajar con ella. Y también con los pequeños: ojalá fuéramos una familia de intérpretes, y viajáramos en plan troupe como se hacía antes. Durante muchos años he alimentado fantasías sobre la idea de una familia, supongo que porque la mía nunca fue normal. Nunca llegué a conocer de verdad a mi padre.

-Entonces, ¿quién fue su mentor?-Tuve principalmente dos: Charles Laughton, inmenso actor y aún mejor amigo, y Lee Strasberg,que fue mi profesor en el Actor's Studio. Él me enseñó dos cosas: a aprenderme los diálogos y repetirlos hasta que literalmente se convirtieran en parte de mí, y a domar mi tendencia a la sobreactuación. «Al, tendrás que aprender a pisar el freno», me dijo.

-¿Cuándo descubrió que quería ser actor?-En realidad nunca. Cuando era joven ser actor no era una opción, porque era una profesión totalmente ajena a mi universo y mi modo de vida. Sucedió por accidente. Ten en cuenta que hablamos de hace 60 años, y era una época muy distinta. Los jóvenes no éramos como los de ahora, que crecen queriendo ser estrellas. En ese sentido sí soy algo nostálgico.

-¿Qué relación ha tenido usted con el estrellato a lo largo de los años?-La fama es algo que nunca quise, y por eso a veces he sentido la necesidad de huir. Yo me considero un artista. Es decir, quiero creer que lo soy. Pero un actor no puede decir tal cosa. Si lo dice un pintor no pasa nada, pero en boca de alguien como yo suena increíblemente pretencioso. Se da por hecho que el estrellato y el arte son incompatibles. Pero, entonces, ¿qué se supone que debo ver al mirarme al espejo? ¿A una maldita moviestar? Eso es aún más pretencioso.

-¿No resulta algo frustrante ser consciente de que quizá nunca vuelva a igualar esos logros artísticos del mejor momento de su carrera?-Si pensara así ya me habría retirado. Yo podría haberme dormido en los laureles, lo sé. También podría haberme volado la tapa de los sesos para que mi leyenda creciera y creciera. Pero siento que aún no he demostrado lo buen actor que soy. Así que sigo intentándolo.