Blues por B.B. King

Con la muerte del guitarrista, a los 89 años, el género afroamericano pierde a su última gran figura fundacional

El guitarrista B. B. King, fotografiado en Barcelona, en 1996.

El guitarrista B. B. King, fotografiado en Barcelona, en 1996.

JORDI BIANCIOTTO / BARCELONA

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Su sello con la guitarra eléctrica, limpio, elegante y emotivo, representa uno de los puntos cardinales de la música popular contemporánea, si bien la figura de B. B. King va más allá del instrumentista con técnica y estilo. A estas alturas del siglo XXI, encarnaba uno de los últimos eslabones de anclaje de la cultura del blues y su hijo, el rock, con los ancestros en la música afroamericana, con aquel ritmo rural surgido del Misisipí y emigrado a las grandes ciudades de Estados Unidos. Con su pérdida, ayer, en su casa de Las Vegas, se nos va el portador de una memoria sonora, cultural, de la que ya apenas quedan exponentes.

Hacía ya unos años que Riley B. King (nacido en el seno de una familia muy humilde de Berclair, Misisipí, el 16 de septiembre de 1925) lucía debilitado en los conciertos, tocando sentado, reduciendo la duración de sus apariciones (su banda rellenaba los vacíos de minutaje) y revelando cierto cansancio dactilar, aunque él se obstinaba en mantener su agenda de giras, cuya intensidad le hizo famoso. Sufría diabetes desde hacía más de dos décadas, y el pasado octubre suspendió un tour en Estados Unidos por deshidratación y agotamiento. Desde entonces, su estado fue empeorando y la muerte le sorprendió mientras dormía.

El 2015 era el primer año en muchas décadas en el que no recogía gira alguna, quebrando así un modus operandi de tendencias maratonianas desde los años 40 y 50, cuando su carrera dio sus primeros pasos. La ciudad de Menfis acogió a un joven King que puso su voz a anuncios publicitarios y coqueteó con varios estilos musicales, de la canción ligera al jazz melódico, antes de decantarse por el blues a través de piezas como la balada 3 o'clock blues, que grabó con Ike Turner (futuro marido de  Tina Turner) al piano y que le dio popularidad en 1952. Era el comienzo de una carrera que, en su primera etapa, tuvo problemas para trascender la categoría de la entonces llamada, en Estados Unidos, race music, música para el consumo de la comunidad afroamericana, segregada en las tiendas de discos, publicaciones y emisoras de radio.

SONIDO URBANO / En aquellos albores del blues eléctrico, acuñado en Chicago por su contemporáneo Muddy Waters, B. B. King representó una inquietud y una capacidad de adaptación, dejando atrás los cánticos dolidos y primitivos del delta y creando un estilo dinámico e incisivo que acabaría causando furor mucho más allá del público negro, tejiendo poderosas complicidades con el mundo del rock. A mediados de los años 60, a través de grabaciones como el disco en directo Live at the Regal, que se abría con el clásico Every day I have the blues, emergentes guitarristas británicos como Mike Bloomfield y Eric Clapton tomaron atenta nota de sus estilizadas digitaciones.

Grabó con Jimi Hendrix material que permanece inédito, mientras Santana le veneraba y los Stones le fichaban como telonero de lujo. Entre finales de los 60 y principios de los 70, vivió un ciclo de popularidad, gracias, en parte, a la pieza The thrill is gone, en el que se integró en el star system propio del rock pero esa connivencia no le hizo abandonar, ni siquiera modificar, el sello genuinamente bluesístico de sus discos.

TRAS EL TELÓN / Caballero de la guitarra y, también, compositor, aunque muchas de las canciones más populares de su repertorio no fueran suyas, cultivó a fondo el formato del disco en directo, que le mostraba en su estado más despierto, modulando sus notas en un fogoso perfeccionismo. Su régimen de giras intensivas le llevó a ser el primer bluesman que actuó en la Unión Soviética, en 1979, gira tras la cual declaró que la pobreza de sus zonas rurales le había recordado el Misisipí. Se cuidó de demostrar que no olvidaba sus orígenes humildes e hizo donaciones a instituciones de su estado natal, además de actuar para presos y colaborar en la creación de la Fundación para la Rehabilitación de Reclusos.

En su madurez, King mantuvo su ritmo de discos y giras, aunque no entregó obras trascendentes. Era mejor verle en concierto que comprar su último disco. Encarnaba la sintonía directa con los albores del blues, cada vez más lejanos tras las pérdidas de los protagonistas del relato, como Muddy Waters (fallecido en 1983), Lightnin' Hopkins (1992) o John Lee Hooker (2001). Aunque la huella de B. B. King, y de aquellos pioneros, será apreciable cada vez que suene una guitarra eléctrica en manos de un músico de rock.