El principio de todas las cosas

EL LIBRO DE LA SEMANA Félix de Azúa vuelve a hacer alarde del arte de escamotearse a sí mismo en 'Génesis'

El escritor Félix de Azúa.

El escritor Félix de Azúa.

DOMINGO RÓDENAS DE MOYA

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Félix de Azúa lleva varios años merodeando el autorretrato y eludiendo, con su proverbial agudeza, incurrir en él francamente. Ese arte del escamoteo -el escribir sobre sí mismo como si no lo hiciera- es el que confiere valor sus dos autobiografías y es el mismo del que ahora hace alarde en Génesis. Como en Azúa casi nada es convencional, esta novela sobre el mito del origen tampoco puede serlo. Sin encogerse ante el riesgo de no ser entendido, el escritor entrelaza dos historias bien distintas: una peculiar recreación del Génesis bíblico y los avatares de una  familia de exiliados vascos en la Venezuela de los años cincuenta. En la primera, asistimos a la Creación desde el vacío primordial, obra de un dios belicoso que ha exterminado a la caterva de los otros dioses y engendra el mundo; en la segunda asistimos a un episodio en ese mundo, el desamparo de una joven madre, Mariló, tras enviudar de su provecto esposo y encontrarse con una deuda inesperada en medio de una sociedad corrompida.

Azúa alterna los dos relatos, exhibiendo su habilidad en el manejo -irónico- de dos registros, el mitopoético que requiere el relato sagrado de Adán y Eva, Abel, Caín y su tumultuosa prole cainita, y el costumbrista de la historia venezolana. Quizá le choque al lector esta dualidad, cuya relación de contrapunto no es visible hasta avanzada la novela, y es posible que se pregunte por el sentido del relato bíblico, al que hará bien en conceder el beneficio de la duda mientras es arrastrado por el destino de Mariló y su pequeña Verónica. Y aún hará mejor en fijarse en la escena mágica de la que parte este segunda narración, construida en torno a un padre enfermo, un piano y una niña que acude en el silencio nocturno al reclamo de unas notas de Mozart. Desde ahí Verónica será el secreto sustentáculo de toda la novela, el nudo invisible en el que se unen el rencor por el abandono y el don para fundar paraísos en la tierra.

Poco a poco, y luego de golpe, Azúa revela que no le interesa una reescritura posmoderna (¡vade retro!) del Génesis sagrado, sino que su propósito es referir la génesis de su narrador -valga decir de sí mismo- como uno de tantos seres humanos que siguen -o seguimos- la pauta del mito genesíaco: el de nacer desde la confusión y el caos, gravados con la culpa y nostálgicos de una Arcadia ilusoria. Y nacer no es lo mismo que haber sido parido, puesto que «hay quien no nace nunca» a la consciencia, manteniéndose en un estado de primitiva satisfacción de los instintos y los instantes. Al narrador lo nació aquella niña herida por la sonata de Mozart, de ahí la necesidad de remontarse a la lejana fábula de su infancia afligida por dos paternidades frustradas. Como hijo de Caín, el narrador cargó con su culpa y aspiró a regresar al Paraíso originario por el único camino practicable, el del arte, la música y la literatura, en busca de la redención o al menos una catarsis.

EL CONSUELO DE LA BELLEZA / Así pues, lo que cuenta esta novela no es lo que parece, no es el tenso pulso entre un hampón, Alvise Delicato, y un mocetón vasco, Álvaro, dispuesto a salvar a su prima Mariló. Es, de modo oblicuo, la historia de cualquiera que haya experimentado la exaltación y la culpa, pero sobre todo de quien ha entregado su vida al cultivo de lo que ofrece una purgación -y un consuelo- a través de la hermosura.

3GÉNESIS

Félix de Azúa

Random House. Tusquets / Empúries. 128 págs. 16,90 €