RESCATE
Assia Wevill, la amante que dinamitó el matrimonio
Buena parte de las biografías y ensayos dedicados a Sylvia Plath no pueden sustraerse a la espoleta de su muerte, ese suicidio tras la tormentosa separación de su marido. En todas ellas aparece como una sombra Asia Wevill (Berlín 1927 -Londres, 1967), la atractiva morena que deslumbró a Ted Hughes tanto como para decidir abandonar a su esposa e hijos. Nada que no ocurra todos los días, solo que aquí magnificado por la intensidad de la literatura. Wevill, dos veces divorciada y a su vez casada de nuevo con el también poeta David Wevill, es apenas un personaje secundario de quien, sobre todo, se recuerda su muerte, como un reflejo especular del de Plath. Porque Wevill, que no llegó a casarse con Hughes y le dio una hija, Shura, se suicidó con el mismo método, abriendo la espita del gas, con la salvedad de que se llevó con ella a la hija de ambos.
Ahora una biografía, 'Assia Wevill' (Circe), escrita por Yehuda Koren y Eilat Negev, disipa las sombras sobre esta judía huida del nazismo que pasó sus primeros años en Israel y vivió más tarde en Canadá. Wevill, publicista, discreta y poco ambiciosa poeta y con un particular magnetismo sexual, es retratada como una mujer con una alta autestima muy acostumbrada a seducir. De hecho, anunció que utilizaría sus artes con Hughes cuando este y Sylvia Plath la invitaron a ella y a su marido a pasar un fin de semana en Devon. Al descubrir Plath la aventura, su matrimonio se hundió hasta el ya conocido desenlace.
Convivencia conflictiva
Los biógrafos relatan los seis años de convivencia más o menos continuada de la nueva pareja Hughes-Wevill, mientras ella se sentía acosada por el entorno de Plath, que la responsabilizó de su muerte, y crecía uno de los mitos literarios contemporáneos más sólidos. Y no era fácil sustraerse a ese clima si se tiene en cuenta que ella se ocupó de criar a los hijos de su rival y habitar en los mismos domicilios donde Hughes había vivido con ella. Incluso pasaron un tiempo en Benidorm, el mismo lugar en el que Plath disfrutó de su luna de miel.
«Sylvia está creciendo en él, enorme y espléndida. Yo me encojo cada día, mordisqueada por ambos», escribió Wevill en su diario, mientras Hughes, que teledirigía con mano férrea la organización del hogar, se dedicaba a editar y lanzar la obra de su difunta. Muchos años después, en una de las rarísimas entrevistas en las que Hughes habló de Wevill, a quien apartó de la historia oficial, aseguró que la muerte de Plath era «inevitable» pero la de la oscura y desconocida Wevill, no.
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