CRÓNICA

Conor Oberst, con más poso

El fundador de Bright Eyes ofreció un consistente recital en la sala Apolo

Conor Oberst, durante su actuación del miércoles por la noche en Apolo.

Conor Oberst, durante su actuación del miércoles por la noche en Apolo.

JORDI BIANCIOTTO
BARCELONA

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Barcelona, 20 de agosto. ¿Hay alguien ahí? Sí, Conor Oberst, el cabecilla de Bright Eyes, y algunos centenares de fans que le aplaudieron, muy merecidamente, en una sala Apolo que, por lo visto, no cierra por vacaciones (hoy acoge a James Blake y, el lunes, a Kurt Vile & The Violators). Lejos del circuito de festivales y de los espacios al aire libre; en un club con, eso sí, agradable suministro de aire acondicionado, también hay música, y de altos vuelos, como la que nos brindaron Oberst y sus colegas del grupo californiano Dawes.

El de Nebraska vino a tocar las canciones de su reciente Upside down mountain, un disco que invita a reconsiderar la idea de que su carrera en solitario es un asunto menor en comparación con la de Bright Eyes. Lo ha producido en tándem con Jonathan Wilson, responsable de los dos primeros trabajos de Dawes (pudimos verles a todos arropando a Jackson Browne hace tres veranos en Luz de Gas), y el miércoles marcó el rumbo del recital sin perder de vista el repertorio de Bright Eyes.

Un par de esas canciones nuevas, Time forgot y Zigzagging toward the light, orientaron la sesión con tempos recogidos y un Oberst volcado en sus reflexiones íntimas, envueltas en esbeltas líneas melódicas con sinuoso trasfondo pop. El escenario le resultaba vagamente familiar y preguntó al público si había estado antes ahí, en Apolo, y la respuesta fue que sí: hace ya nueve años, en la época de su inspirado doblete de discos (sobre todo el primero), I'm wade awake, it's morning y Digital ash in a digital urn.

CLÁSICO PERO NO 'RETRO' / Entonces, en el 2005, Bright Eyes era un talento emergente, y ahora Oberst, aunque no tiene más que 34 años (comenzó a grabar canciones a los 13), luce un aspecto de cantautor experimentado y con poso, que no tiene miedo de manejar materiales seculares, rock clásico con raíces, y que le acusen de tradicionalista. Los cuatro integrantes de Dawes suministraron un sonido sobrio, elegante y emotivo. Oberst no es un cantante particularmente dotado, ni un virtuoso de la guitarra, pero supo transmitir sentimiento y cercanía. Las canciones de Bright Eyes sonaron poderosas, como There's nothing that the road cannot heal y Hit the switch, y entre las nuevas, Enola Gay Hundreds of ways lucieron sin complejos, de la mano de una cautivadora Danny Callahan. Rock de contornos conmovedores, ni clasicista ni moderno, con reflejos dylanianos: de la narrativa Desert island al órgano de mercurio de I got the reason, la pieza que cerró el setlist.

En los bises llegó la interpretación más delicada en Lua, que sonó a dos voces y dos guitarras, y que condujo al vigoroso country-rock de Another travelin' song, metacanción en la que Oberst, como en otras piezas de su repertorio, observa la vida desde el encuadre del narrador de carretera y manta. El ideólogo de Bright Eyes ya no es el flavour of the month, pero es posible que sus artes estén aquí para quedarse para siempre.