FESTIVAL DE VERANO DE BARCELONA

Portillo baja a María a la tierra

El cineasta Agustí Villaronga debuta en la escena dirigiendo a la actriz en la obra de Tóibín

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IMMA FERNÁNDEZ / Barcelona

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Blanca Portillo -inmenso Segismundo en su última visita a Barcelona- vuelve a la ciudad reencarnada en una Virgen María terrenal y pagana. Sin ángeles que la custodien y le anuncien la buena nueva. Es simplemente María. Una esposa y madre que grita su dolor y enfado por la pérdida de su hijo. Así la concibió Colm Tóibín y así la recoge el cineasta Agustí Villaronga en su debut en la dirección teatral. «Me gusta mucho el teatro, me lo propusieron y me pareció fácil: el texto es muy bueno, lleva a la reflexión y lo interpreta una grandísima actriz», valora el premiado realizador de Pa negre. Coproducida por el Grec y el Centro Dramático Nacional, El testamento de María volverá el próximo marzo al Lliure tras agotar el aforo de la idónea Capella del Macba, con escenografía de Frederic Amat.

El monólogo fabula sobre los últimos años de vida de María, exiliada en Éfeso (Turquía). Los amigos de su hijo Jesús quieren que ratifique los Evangelios pero ella se muestra en desacuerdo. «Lo interesante es que el autor explora el dolor de una mujer por la muerte de su hijo por unos ideales que no comparte, lo mismo que puede pasar con la madre de un hijo muerto en Irak o de un kamikaze», argumenta Villaronga. Habla de todas las madres, tercia Portillo; de un ser humano con contradicciones y dudas que ve cómo su hijo se marcha un día de casa, vuelve tres años después cambiado y le matan.  «No es seguidora de su hijo, no lo entiende y ha dejado de ir a la sinagoga. Le escandaliza que digan que es hijo de Dios, porque es hijo de su marido», agrega.

Del escándalo que suscitó la obra en Broadway, la actriz entiende que «cuando interviene el factor religioso, y se topa con una tradición de 2.000 años, la gente que cree en algo es difícil que crea en otra cosa. Se les hace raro ver a María llorando al marido». Pero si abren la mente y el corazón, no deberían sentirse ofendidos. «Es lícito que esté enfadada con los Apóstoles porque su hijo muere en la cruz. Si existió, era un ser humano».