El festival de verano de Barcelona
En los laberintos de la memoria
Sergi Belbel encara su primer Pinter con una versión de 'Vells temps' que se estrena hoy en la Sala Beckett
Si a alguien le interesa analizar -o psicoanalizar- lo que de verdad ocurre en Vells temps, una de las piezas más redondas de Harold Pinter lo tiene crudo, «porque sus obras se resisten a ello». Lo dice uno de sus protagonistas, Carles Martínez, que de eso sabe mucho porque la que se estrena hoy en la Sala Beckett es su quinta incursión en el mundo inquietante y esquivo del nobel británico. La Beckett, no hay que olvidarlo, impulsó en 1997 la Tardor Pinter y programó en el 2006 una exitosa versión de esta misma obra firmada por Rosa Novell.
Sergi Belbel, devoto del autor, se estrena, curiosamente, como director pinteriano. Joan Sellent se responsabiliza de la traducción y las actrices Miriam Alamany y Sílvia Bel completan los vértices de un no siempre fiable triángulo amoroso.
El posible argumento parece sencillo. Un matrimonio, cineasta y ama de casa, que vive retirado en su solitaria mansión de las afueras recibe la visita de una vieja amiga de la mujer. Esa es la única certeza. A partir de ahí el espectador se interrogará sobre muchísimas cosas; las más evidentes, ¿tuvo el marido un lío con la amiga?, ¿hubo una relación más íntima entre ellas?, ¿la visitante es un fantasma? y -en plan Sexto sentido- ¿están todos muertos? Entre tantas dudas, lo único que Belbel quiere tener claro es que esta es una obra sobre los inciertos laberintos de la memoria. «Eso me hace pensar en una frase de John Berger que dice que la historia es lo único que es nuestro porque lo podemos manipular como queramos», dice el director mientras tiende puentes entre las paradojas del británico y el famoso gato de Schrödinger, capaz de estar a la vez y vivo y muerto por obra y gracia de la mecánica cuántica. «El texto es como el plano de un tesoro, en este caso te dice dónde está pero solo de una manera críptica», asegura el experto Carles Martínez.
«Hemos trabajado la obra desde la más estricta escrupulosidad hacia el autor. Seguimos todas sus indicaciones y logramos, porque así lo quiere Pinter, que el efecto de extrañeza se logre a partir de la realidad. La metáfora la tiene que poner el espectador» y remacha irónicamente Belbel «tanto es así que al final tendremos que preguntar al público lo que Pinter ha querido decir y nosotros no sabemos».
Respecto al espacio escénico, Belbel asegura que no sabría trabajar sin el escenógrafo Max Glaenzel que para la ocasión ha pensado una disposición nueva para la Beckett, un bonito trampantojo que hará que la pequeña sala parezca mucho más grande.
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