Albert Serra: «Si mi cine es radical es por casualidad»

Licenciado en Filología Hispánica, en el verano del 2000 se aburría y, aprovechando la aparición del digital y de los discos duros, comenzó a experimentar con la cámara. 'Crespià, the film not the village' (2003) es su primera película, aunque no se estrenó en el circuito comercial. 'Honor de cavalleria' (2006), su segunda película, se presentó en Cannes y rindió a la crítica francesa. Luego viene 'El cant dels ocells' (2008), que obtuvo el Premi Gaudí. La Documenta de Kassel, cónclave mundial de las vanguardias, le invitó a su pasada edición. Serra ofreció allí la 'performance' titulada 'Els tres porquets', 101 horas de filmación a partir de la lectura en alemán de textos sobre Goethe, Hitler y Fassbinder. Y el pasado abril el Centro Pompidou de París le dedicó una retrospectiva.

Albert Serra, en la entrada de la oficina de su productora, Andergraun, en Barcelona.

Albert Serra, en la entrada de la oficina de su productora, Andergraun, en Barcelona. / FERRAN NADEU

NÚRIA NAVARRO / Barcelona

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Es un misterio de los gordos. La vanguardia lo ha adoptado como a uno de los suyos y en España lo tienen por un raro. Albert Serra, pulcro en el vestir, radical en el filmar, áspero de lejos y tierno en la distancia corta, no dice ni hace nada para congraciarse con nadie.

-¿Qué decirle al que opina que es usted un impostor?

-Ese es un término que no suele utilizar la crítica. Es más propio de la gente que no entiende de cine.

-Pues corríjales a ellos.

-Les pediría que dijeran el nombre de un director serio, incorruptible, que siempre ha trabajado con actores no profesionales, que ha tenido éxito en Francia y le publican sus cosas.

-¿No saldría otro que el suyo?

-En Francia, donde hay tradición de cine de autor, no soy una anomalía. Pero en España no hay tantos con mi radicalismo e insobornabilidad. Los directores que aquí pasan por hacer cine serio acaban trabajando con todos esos actores casposos de la tele. Yo no. Quizá eso sea lo distintivo de mi resistencia, y lo que me emparenta más con gente de la literatura y del arte. Pero lo que piense la gente me da igual. La única manera de evitar que digan algo en tu contra es no hacer nada. Supongo que hay que tener un sentido innato de la libertad.

-¿Narcisismo cero, pues?

-Puedo asegurar que, de toda la gente que conozco, soy el que piensa menos en sí mismo. No me intereso en absoluto.

-Le ha interesado a Albert Forns, que le ha convertido en estrella de la novela 'Albert Serra' (la novel·la, no el cineasta).

-No la he leído. Y los amigos que la han leído me han dicho que no vale nada, que no la pudieron acabar.

-Cuesta creer que no le picara la curiosidad.

-No me interesa. Ese tío ha sido listo para hacer pasar el libro como una novela, pero no es ninguna puta novela. El 80% del contenido es mío. Y salen entrecomillados que yo no he dicho, o que puedo haber pensado o dicho de otra manera.

-Volvamos a su rareza...

-Yo hago películas buenas, y si la gente no las va a ver es su problema. El público en sí no me interesa. Es como si el fabricante de armas se tuviera que preocupar de la gente que matarán esas armas. Cuando algo exterior interfiere con la máxima calidad es cuando empiezan los problemas, y cuando asoman los impostores. En mi caso, ninguna influencia exterior me ha hecho cambiar ni una décima de decisión en ninguna película. No he pensado ni en el público, ni en los productores, ni en las ganas de epatar, ni en mi propio gusto. Nada. ¡Nunca! Todo está en función de la voluntad de hacer la mejor película posible.

-¿Hay un método Serra?-Si lo hay, lo he inventado yo. Nunca he estado en un rodaje de otro director, ni he aprendido en ninguna parte. Mi sistema es heterodoxo. Lo único que hago es crear momentos interesantes y seguir la inspiración de los actores. -Esos actores le siguen con adoración.-Siempre los he tratado con respeto. Pero no diría yo «adoración». A algunos les digo que vengan a los festivales y pasan de todo. Hoy en día, cuando todo el mundo quiere figurar, incluso sin motivo, eso es una lección.

-¿Cómo explicar a Albert Serra? La persona, no el cineasta.

-A algunos no les cuadra que las películas sean tan rigurosas a nivel formal y mi persona sea, no sé, más abierta. Para mí es lo mismo. Ocurre que, al montar, el concepto de la peli se va depurando hasta que quedan pequeños rastros, y esos rastros, que son cosas un poco irónicas, pueden llevar a pensar a la gente que les tomo el pelo.

-Se aplica el calificativo de «abierto». A veces resulta chocante.

-No entiendo qué quiere decir.

-Suelta cosas como que le fascinan los dictadores, por ejemplo.

-No siento ninguna fascinación por Pinochet. Era un idiota integral. Pero Stalin y Hitler eran subversivos. Partían de un idealismo, de un no adaptarse al mundo y al poder fáctico. Salieron de la nada y, de algún modo, subvirtieron el statu quo de forma casi completa. Para crear otro infame, vale. Aparte de eso, no me interesan en absoluto.

-También usted ha salido de la nada.-He salido por generación espontánea. Casi toda mi familia son payeses, menos mi padre que tenía un pequeño negocio con tres trabajadores. En toda mi familia no había ni uno que hubiera leído un libro en su vida.-¿Ese universo familiar y el paisaje del Pla de l'Estany le han marcado? 

-Uno no puede quejarse de lo que no depende de uno. No puedes lamentarte por no haber nacido en una familia aristocrática inglesa y no tener una mansión, en vez de trabajar todos los veranos.

-¿Trabajar todos los veranos dice?

-Hasta que cumplí los 25. Hice tres años de paleta y trabajé en fábricas. Pero apartar ese fatalismo de la infancia y la familia y el paisaje resulta muy liberador. Yo solo respondo de lo que depende de mí.

-¿Y qué depende de usted?

-El cardenal de Retz decía que la audacia de corazón es la valentía y la audacia de espíritu es la determinación. Esa audacia del espíritu la tengo bastante desarrollada, pero de forma natural, muy libre, imprevisible. Porque no tiene un objetivo concreto. No la mueve un «yo quiero triunfar». Y eso la hace peligrosa.

-Eso habla de una autoconfianza monumental.

-Las películas han dado el resultado esperado y han tenido el reconocimiento de la gente que entiende. Y a la vez, yo qué sé... Yo soy licenciado en Filología Hispánica, no soy un colgado del audiovisual. Tengo una base sólida, unos valores y hago películas que me gustan. Si resultan radicales es por casualidad. El talento, que es lo que determina la dirección que tomas, sale de manera espontánea.

-¿Qué dicen sus padres de su cine?

-No lo entienden. Mi padre me dice que a ver si hago una película más comercial, que dé más dinero.

-¿Le dará el gusto?

-Eso no pasará. Si es comercial será por motivos equivocados, como las películas de Almodóvar, que la gente va a ver y les gustan por motivos equivocados.

-Usted tiene otro plan.-Todos los proyectos vienen un poco por azar. Tampoco me gusta mucho hacer lo que yo quiero. Hay mucha gente a mi alrededor y no pasa nada por elegir la idea de otro. Yo me adapto. No tengo demasiada opinión sobre las cosas. El hecho de no tener deseo simplifica mucho la vida.

-En su libro 'Honor de cavalleria. Plano a plano' se define como «español». ¿Es una toma de posición? 

-Nunca hablo en términos políticos, sino culturales. Admiro la cultura francesa, porque todas mis influencias literarias lo son, pero nunca viviría en Francia porque es hiperburguesa. En cambio, me fascinan la locura y el irracionalismo españoles, pero todo ese desenfreno en la organización me disgusta. Y ahí soy más bien un catalán conservador, a lo Pla.

-No tiene aspiración soberanista.

-Sigo la actualidad, pero no hasta el punto de tener deseo. No tengo opinión propia. Lo único que me toca y me modifica es la cultura. El resto no me interesa.

-¿Apolítico?

-Tampoco tengo una postura antipolítica. Mi teoría es simple. Soy como un tío que va a un restaurante, le preguntan qué quiere y dice: «Lo que coman los otros». Yo me adapto al sistema que decidan. No tengo interés en participar en cómo se organiza la sociedad. Y soy soltero. Así que si me canso, me largo.

-¿Sigue sin tener planes familiares?

-Mi vida personal no tiene interés. Es inútil en mi caso… Pero soy antifamilia, ¿eh? Casi todos los conflictos salen de asuntos familiares. A la familia habría que abolirla como en la antigua Esparta. Provoca mucho retraso en la felicidad.

-¿Qué no debe desaparecer?

-El mal. Es el motor de todo. Es lo que da sentido al bien. Las sociedades utópicas tienen ese punto débil: no hay contravalor para que la gente pueda reconocer su propia felicidad. Guy Debord decía que, frente al salvajismo del terrorismo, el Estado aparece como garantía. Y yo soy pro-Estado.

-Eso sí es sorprendente.

-Tengo una teoría política. La idea me vino en Tubinga, una ciudad universitaria gobernada por los verdes. Idílica. Y en un land entonces conservador. Hostia, ¿por qué no lograr que los partidos se repartan el poder de modo que haya un equilibrio perfecto? En Europa, un gobierno de ultraderecha, garante de la seguridad, el orden y la propiedad privada. En España, una derecha que se ocupe de que las empresas funcionen, y en los ayuntamientos, donde lo humano importa, la extrema izquierda. Todos deberían ponerse de acuerdo. No sería posible el chanchullo.

-A todo eso, ¿de qué color es usted?

-Ante los abusos tan grotescos que se cometen, he hecho un giro hacia la izquierda, creo. Pero la izquierda vive en un mundo capitalista. O eliminas el capitalismo o es difícil de ligar, porque los que dan trabajo son las empresas y los bancos... Yo soy antibanca. Son especuladores. Improductivos.

-¿Y qué hay de su productividad?

-Mi cabeza no para ni un segundo. Nunca he hecho vacaciones. No descanso a la hora de comer, ni de dormir. No sé desconectar.

-Tampoco tiene un lado banal, ¿eh?

-Hombre, a veces compro en el aeropuerto alguna revista como Vanidad y la leo en el avión. Y cada año, si tengo tiempo y dinero, voy a dos o tres torneos del mundo de ajedrez.

-Total, acabamos y el misterio de Albert Serra sigue sin desvelarse.

-Es que no hay ningún misterio.