Cultura
El irreductible Romeu relata su vida en cómic
El veterano dibujante regresa con una irreverente autobiografía
Anna Abella
Periodista cultural
En esta casa desde 1990. Periodista cultural. Buceando en el mundo de los libros desde 2005.
ANNA ABELLA / Barcelona
Carlos Romeu Müller nació en Barcelona en 1948 --"el año del estreno de Gilda en España, la Wikipedia me pone un año más"--; se dejó el bigote (que sigue ahí) al poco de que Fraga aprobara su ley de prensa e imprenta (1966); Massiel ganó Eurovisión (1968) mientras hacía "lo que cualquier chico de 19 años" --fumar, beber, vaguear, intentar ligar y hablar de lo divino y lo humano con los amigos--; poco después, ETA mataba por primera vez. Una mili "mezcla de gulag, granja de pollos y escuela de alcoholismo"-- precedió su estreno en 'Fotogramas' (el año que nació el 'Un, dos, tres', 1972).
A esta se le sumarían revistas como 'El Papus 'de antes de la bomba, 'Playboy', 'Por Favor', 'El Jueves', 'Mata Ratos', 'Triunfo', 'Muy Interesante'..., y, en 1976, lo fichó 'Interviú', donde sigue publicando cada semana, y 'El País', donde durante tres décadas dibujó a su mítico Miguelito. Es solo una cata de los recuerdos, de su vida y de la historia del país, que el humorista gráfico, siempre ácido, irreverente y satírico, rescata en su autobiografía en viñetas: 'Ahora que aún me acuerdo de todo (o casi)' (Astiberri).
"Quería hacer un cómic con terror, sexo y violencia --bromea Romeu-- pero el editor me sugirió que contara mi vida. Y he sido lo más sincero y exacto posible. Explico la verdad, no paso de puntillas sobre nada, siempre he sido muy directo".
Con sombrero y ayudándose de un bastón para paliar las secuelas de un ictus, Romeu se acerca para la entrevista al Velódromo, un bar tan irreductible como él. Se autocalifica como "carne de quirófano" e ilustra en el cómic, con todo detalle, humor y falta de pudor, su periplo hospitalario, iniciado meses después del atentado de Hipercor y en el que figura, entre otros males, un cáncer.
Hasta la parca lo mira desde una viñeta. "Era necesario contarlo porque tenemos tendencia a creernos inmortales. Y ahora todavía puedo explicarlo porque aún estoy aquí. No pienso en la muerte pero soy consciente de que está cerca. Aunque el dolor físico llegue a ser horroroso hay que tener sentido del humor... Es importante reírse de uno mismo. Solo tenemos una vida y hay que vivirla", afirma convencido.
Curiosidades
Curioso, devoto de su mujer --y de su scottish terrier (ha tenido seis)-- y adicto al trabajo, Romeu, que también hace libros infantiles y juveniles, cuenta con nostalgia lo bueno de hacer un chiste diario. "Tengo mono. Treinta años dejan muy viciado. Te levantas y tras consultar prensa, tele y radios, ves algo insoportable o te enfadas con algo, y lo dices y se publica y lo lee todo el mundo, ¡y encima te pagan! Es fantástico".
Sin embargo, "en estos tiempos feos y difíciles, con unos políticos no demasiado dotados y el pueblo en estado catatónico, sin verle mucho futuro a la cosa", dice que dibujar viñetas es "doloroso" porque "el humor se vuelve tristón". "Pero el humor es importante para sobrevivir --añade--. Me gustaría hacer una viñeta llamando a una revolución. Si pudiera me haría islandés porque son los únicos que han metido en el talego a sus banqueros y a su presidente".
Nombres para la historia
Romeu evoca la transición, cuando había muchas revistas y todos los dibujantes se conocían y saltaban de una publicación a otra. Tom, Perich, Chumy Chúmez, Kim, José Luis Martín, Ivà, el tándem Ventura y Nieto, Oscar, Fer o Ferreres frecuentan el libro, que guarda recuerdos entrañables para amigos desaparecidos: Manolo Vázquez Montalbán y los televisivos Jordi Estadella y Josep Maria Bachs, de cuyos programas y Filiprim fue guionista. En ellos, rememora, sintió el aliento de Jordi Pujol. "Tom y yo les dábamos miedo, temían que coláramos algo políticamente incorrecto...".
"Todos nos autocensurábamos, pero sabías que cada cierto tiempo te tocaba pasar por el juzgado", afirma Romeu, sobre cuyas espaldas cuelgan más de 160 citaciones motivadas por el contenido de sus chistes. "No intentábamos desmontar el estado, solo te reías de todo. Sabías que había unos cauces, y palabrotas que podían costarte un proceso, como cojones o me cago en...". Y en esas murió Franco. "Al fin".
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