Los protagonistas de la diada
En clave catalana
Aunque Jaume Cabré afronta esto de firmar en Sant Jordi con «resignación» -«es divertido pero pesado. Me lo tomo como un acto de obediencia al editor y de responsabilidad» hacia el lector, afirmaba ayer el reservado autor de Jo confesso (Proa)-, al final debió de encontrarle el tranquillo ya que la hora que había accedido a dedicar libros antes de comer (amén de otra hora por la tarde) se quedó tan corta ante la constante llegada de lectores, a la una del mediodía en Rambla de Catalunya, que Cabré no se levantó de la silla hasta cerca de las tres.
Con rotulador de plástico, igual que otras dos plumas de la lengua catalana, Imma Monsó y Empar Moliner (Rafael Nadal prefirió un bolígrafo metalizado en rojo), las firmas del autor de Les veus del Pamano eran una llamada de ánimo al club libresco: «Que no pares nunca de leer», «Viva la lectura!» o «Que hagas un buen viaje por estos pasajes», escribía un Cabré que se atrevió a lanzar un deseo de la diada en la misma línea: «Que aprendamos que cada día puede ser Sant Jordi y que no solo hoy podemos comprar y leer libros».
«Arribar i moldre, com ens agrada a les 'veloces'». Esta fue la primera dedicatoria que estampó ayer una, cómo no, «puntualísima» Imma Monsó, madre literaria de esa esclava del tiempo que retrata en La dona veloç (Planeta) y que la ha colocado, junto a Cabré y Nadal, entre los triunfadores de la jornada. Como muchos de los que se acercan a la escritora de Lleida se identifican con las obsesiones de ese club marcado por estos tiempos rápidos ella tiene presta una dedicatoria: «Larga vida al TIEMPO!». Aunque también le da al estilo Cabré («Que el escribir no nos haga perder el leer»). De vez en cuando a Monsó, y no solo a ella, se le escapaba la mirada a un infiltrado en las filas literarias: a escasos metros, Gerard Quintana, el cantante de Sopa de Cabra, dedicaba iluminadas frases -«Que haya luz por el camino y amor para vivir en libertad»- a los fans que le traían su libro Més enllà de les estrelles».
Una copa de cava
Pero Monsó es un remanso de paz al lado del terremoto Empar Moliner, que para no hacer esperar a sus lectores ni cinco minutos se echó unas cuantas carreras al trote entre caseta y caseta de firmas. Inquieta, todo nervio, la acelerada autora de La col·laboradora (Columna) no calentó la silla. De pie o sentada sobre una pierna, lució una escotadídima blusa negra por la que asomaba un simpático sujetador de colorida pedrería. Emulando a los autores de cómic repitió una y otra vez un dibujo en las dedicatorias: un camarero con una botella de cava. «Es una forma de darles las gracias por venir y por leerme, de decirles que merecen que les pague una copa», aclaró minutos antes de, traviesa, hacerse fotografiar con Mario Conde.
Más calmadas son las firmas del autor de Quan érem feliços (Destino). «Yo también llevaba zapatos Gorila», le dice entusiasmada una lectora al periodista Rafael Nadal. «Es que de niño cuando comprabas unos de esa marca te regalaban unas pelotas con las que jugábamos al frontón en las escaleras de la catedral de Girona», aclara el escritor, que no entiende a «los que dicen que Sant Jordi es un rollo». «Que te despierte recuerdos y emociones» fue su dedicatoria más repetida, evocadora, como su libro.
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